viernes, 27 de noviembre de 2009

DESPERTAR RUDO








Dormida, sobre su propio sueño, imaginaba sensaciones y colores innúmeros. Vapores sutiles, delicados y de suaves aromas la envolvían. De la rama de un árbol de luminosa fronda pendía, cual fruto esplendente, el traje vaporoso que la adornaría en la festividad cercana y, convertida en princesa de los cuentos de hadas, bailaría la danza de la infinita dicha en brazos del galán mil veces presentido…

Un rayo de sol entibió el rostro sucio de sangre y lodo. Apretó los párpados dormidos y los abrió en busca de la irrealidad. Lo opuesto la golpeó de pronto y se vio, rasgado el raído traje y la virtud, en medio de un basural desconocido, como un trasto viejo más. El dolor en medio de sus muslos la llevó a recordar: fueron cinco, uno tras otro los contó. Cinco intrusos escarbando su huerta, lacerando su intimidad. El dolor se hizo inmenso, insoportable y trasmutó hacia el alma…

Recordando el traje luminoso suspiró hondo… Con infinito sufrimiento… cerró los ojos y despidió la vida…

Tenía catorce años y carecía de identidad.
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Texto: Derechos reservados alpara, 2009.
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jueves, 19 de noviembre de 2009

EL MARIDO PERFECTO




He oído decir muchas veces

-¡Caramba, qué falta hace un hombre en la casa!-

Y, por supuesto, no se trata de tener el espécimen para que cumpla con las funciones que su virilidad y la testosterona le imponen, sino que además de eso (o a pesar de ello), resuelve los pequeños problemas domésticos que las féminas no podemos resolver, o no los resolvemos por comodidad o, simplemente, por obedecer la conseja de que “no son oficios de mujeres”. En fin, tenemos en casa a quien “resuelve todo” (Jaja). Así:

1º-Hay que cambiar una bombilla fundida. El marido perfecto pregunta a la esposa inútil:


-¿Mi amor, dónde pusiste la escalera? ¿Me la puedes acercar?


La esposa inútil localiza la escalera que está, por supuesto, en su lugar de costumbre y, como Dios le da a entender, la arrastra hasta donde espera el marido perfecto. Éste con toda parcimonia sube y desde arriba, pregunta con voz levemente alterada:


-¿Y dónde está la bombilla nueva?-


La esposa inútil agarra el artículo de la mesita ubicada justo al lado de donde estuvo el marido perfecto. Éste cambia la bombilla y le dice a la esposa:


-Pasa el interruptor


Ella lo hace, pero la luz no enciende. Él revisa con más detenimiento y descubre que hay un cable suelto. Le dice a ella:


-Búscame el tape para unir el cable a su sitio. Y también me traes unas tijeras.-


Ella atiende con presteza su solicitud. Finalmente el trabajo queda hecho. El marido se baja y desaparece rápidamente tras la puerta de la habitación. En medio del salón quedaron la escalera, las tijeras y los pedazos de tape viejos que el marido perfecto lanzó al suelo y la bombilla nueva que no fue necesario utilizar. En cinco minutos, todo volvió a estar en orden.


2º Hay que cambiar de lugar una repisa ubicada a cierta altura en la pared. El marido perfecto dice que él lo hará en un santiamén. Se repite el episodio de la escalera. Cuando está arriba, le pide a la esposa inútil:


-Tráeme un destornillador.


En minuto y medio ella le entrega el destornillador. Él le grita:


-¡Ese no, idiota! ¡UN DESTORNILLADOR DE ES-TRÍ-AS!


En menos de un minuto la esposa inútil pone en manos del marido perfecto la herramienta requerida. Él quita la repisa de su lugar, la deja caer en las manos de ella, se baja, rueda la escalera hasta el nuevo sitio y sube. Ella, con los brazos en alto, sostiene la repisa (que limpió mientras el marido cambiaba de sitio). Él dice:


-Quédate así, pero un poquito más hacia acá, para ver exactamente dónde la colocaré ¡No bajes los brazos!


Ella empieza a sentir el peso de la repisa y el malestar de sus brazos se acrecienta por segundos. Baja la cabeza, la sube, levanta un pie, lo baja, tratando alejar la inconfortabilidad.


–Necesito un ramplús-


dice él. Ella baja, aliviada los brazos, deja la repisa en el suelo, busca el taladro eléctrico, un sobrecito con ramplús y se lo entrega al marido.


-.Y el ta…?


Ella le entrega el artefacto antes de que él pueda terminar la frase.


–Búscame un pedacito de cartón para hacer una cuñita…


Ella lo trae.


–Dame un vaso de agua-


Cuando ella llega con el agua, él dice:


-No, mejor prepárame una limonada ¡Bien fría! ¡Y sin edulcorante!


No es de extrañar que ella en lugar de edulcorante haya puesto…


¿QUÉ?


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La respuesta la daré en al sección de comentarios...
Relato: derechos reservados alpara
La imagen no es del todo apropiada, pero fue la única que encontré más parecida a la situación que se describe.
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martes, 27 de octubre de 2009

DESANDANDO LA VIDA




Era el atardecer de un día que había sido soleado. A esa hora, la calle se encontraba desierta. Parecía como si nadie nunca hubiese hollado sus antiguas piedras, coloreadas por el musgo de los tiempos. Solamente una brisa fuerte abatía las ramas de los añejos árboles, imprimiendo a la penumbra y al silencio un hálito de vigor y de vida. De pronto, una bandada de pequeñas aves pardas irrumpió entre los árboles buscando cobijo entre sus frondas y, momentáneamente, alegraron el lugar con sus trinos, en son de despedida de un día tal vez afanoso para ellas.
Los cánticos se fueron apagando paulatinamente y el callejón volvió a hundirse en la ausencia de sonidos. Comenzaron a encenderse, como con timidez, las luces de las casas y las de la calle; estas últimas, tan apagadas, tan débiles, que se diría farolitos antiquísimos o lámparas votivas.
Una sombra emergió al extremo de la rúa.

-La tarde que decidí abandonarlo todo, lo hice con el firme propósito de no mirar atrás. Estaba cerrando un capítulo de mi propia novela para comenzar otro, totalmente distinto y, en consecuencia, debía borrar todo aquello que tuviese alguna ligazón con eso que, vertiginosamente, se estaba convirtiendo en pretérito. Pretendí olvidar que tenía una familia: un esposo, unos hijos y una madre. Es decir, debería emerger, después de ese momento, como un ser nacido de la nada; como sirena que brota cual perla, entre las conchas bivalvas de una ostra y se convierte en mujer sin pasado, sin historia… sin vida previa…
-No sabía, entonces, la inviabilidad de aquel propósito. La ingenuidad con la cual había querido dar una solución simple a una circunstancia asaz complicada...

La penumbra otorgaba a la figura la apariencia de una silueta humana, sin sexo definido que avanzaba con lentitud hacia el fondo de la calle. No se podría decir que era un caminar inseguro, era el andar de alguien que deseaba prolongar la caminata lo más posible, como para disfrutar de ella o, tal vez, aprovecharla para ir poniendo en claro los intríngulis del motivo que le condujo hasta allí.

Al pasar debajo de uno de los faroles callejeros la débil iluminación permitió, sin embargo, definir la imprecisa sombra. Se trataba de una mujer, pasados los 50, muy bien ataviada: lucía pantalones negros de lana y de excelente corte, una blusa de seda color lila, estilo camisa, cuyos puños surgían de las mangas alegrando la seriedad del gris-topo del sobretodo que terminaba debajo de las rodillas. Un delgado hilo de perlas adornaba el cuello que había perdido lozanía. Peinada sobriamente, el pelo que comenzaba a encanecer terminaba en un moño sobre la nuca. El clásico peinado, unido al también clásico atuendo, imprimía a la dama gran prestancia. Era evidente el disfrute de una vida holgada, no obstante, un dejo de tristeza cubría la mirada serena de unos ojos claros que conservaban aún la belleza de años más tempranos.



-La calle ha cambiado muy poco -pensó- Sin embargo, seguramente sus habitantes ya no son los mismos, aún siéndolo. Nadie permanece igual durante el transcurrir del tiempo. ¡Los míos! ¿Cuánto habrán cambiado los míos? ¡Por mi culpa!

A los quince años se comprometió en matrimonio con el primer hombre que le habló de amor. Estaba casada antes de cumplir los 16 y, nueve meses y tres días después de la boda, daba a luz su primer hijo. Al año siguiente parió el segundo y así, cada año (a veces hasta cada diez meses) aumentaba la familia con un nuevo miembro. En cinco años había completado la media docena de chiquillos. Estaba conforme. Tenía una buena situación económica y le agradaba dedicarse a los hijos y al marido. Mantener el hogar en perfecto orden y limpieza era su orgullo.
Él era un hombre de trabajo, exitoso. Nunca la maltrató y la complacía con trajes y adornitos para la casa, no obstante siempre fue distante y poco apasionado. Se comunicaban apenas cuando una que otra noche, a él se le ocurría pedirle que lo acompañara con una copita de licor y, entonces, solía comentar algún incidente del trabajo o de la vida de la ciudad. De resto, cruzaban las palabras indispensables sobre los niños y los asuntos domésticos en general. Para ella, su mundo funcionaba a la perfección. No podía ser de otra manera. Nunca había conocido otra forma de vivir.

-Realmente, no sé qué estoy haciendo aquí ni qué puedo encontrar. Sólo la indiferencia rencorosa de mis hijos y los reproches de mi anciana madre… ¡Mis hijos! ¡Mi madre! ¡Qué gran mentira! Ya ninguno de ellos me pertenece. Ni siquiera los reconoceré y los más pequeños no tendrán idea de quién soy.

La última casa, ubicada transversalmente entre las dos aceras ponía término a la calle. Tenía una corta valla vegetal que la independizaba del exterior. Un pequeño y bien cuidado jardín precedía la vivienda. Ésta, cubierta de falsa hiedra se erguía orgullosa entre una palma real y un hermoso apamate de flores blanquísimas. En la pequeña ventana de la buhardilla asomaba el rostro de una mujer anciana que miraba a lo lejos. Parecía no haber notado que alguien avanzaba hacia la morada. La mujer llegó hasta la vieja puerta de hierro y con suavidad la abrió. La puerta chirrió cediendo a la presión y la anciana miró hacia abajo. Preguntó:

-¿Quién es? ¿Qué desea? - Era una voz cansada, entristecida. La intrusa inquirió a su vez:

- -¿Angélica? ¿Señora Angélica?
- -¡Sí! ¿Quién es? ¿Qué busca?
- -¡Madre, soy yo, Aminta!

No hubo respuesta inmediata. El silencio se tornó más denso. La mirada de la anciana se dirigió, por encima de la visitante, hacia el comienzo de la calle, como si esperara algo más… Permaneció callada unos minutos. Luego, casi sin inflexiones, comenzó a hablar:

Aminta! ¡Ah, sí! Tuve una hija llamada así. ¡Aminta! La mayor de mis hijos. Murió ¿Sabe? Murió hace más de quince años ¡Pobrecita! Lo recuerdo como si fuera ayer: Federico, su viudo, insistió en sepultarla con su atavío nupcial ¡Estaba lindísima! ¡Parecía un ángel! Dejó seis huérfanos y un viudo inconsolable ¡La amaba tanto! Y ¿Cómo no? Si ella fue una maravillosa esposa y abnegada madre ¡Fue una lástima que El Señor la llamara a su lado tan pronto! Aunque, quizá su muerte convenía. Así no sufrió la pérdida de Felipe, el hijo mayor… Ingresó al ejército… y limpiando su arma de reglamento se le escapó un tiro… ¡Fue una muerte instantánea! ¡Claro que hubo comentarios! La gente es mala… Los demás… por el mundo. Todos con su vida hecha. Todos con una buena vida, siguiendo el ejemplo de sus padres. Por eso Federico partió feliz, con la satisfacción de haber cumplido correctamente su misión en este mundo ¡El mejor de mis hijos, tal vez! Sin haberlo parido…

Aminta no pronunció palabra. Se quedó mirando largamente el rostro anciano. Angélica tampoco agregó nada. Permaneció callada sin mirar a la otra que, lentamente, se dio vuelta y, despacio, muy despacio, desanduvo el camino. Caída ya totalmente la noche, la figura se fue tornando otra vez imprecisa entre las sombras. Acompañada sólo por el silencio del entorno y el leve sonido de sus pasos sobre el pavimento se iba diluyendo en la penumbra...hasta perderse totalmente tras el último recodo.




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Esto escribió Alichín, en Colinas de Carrizal, en octubre de 2009. Este relato es producto de la
imaginación de su autora, cualquier parecido con acontecimientos reales es pura coincidencia.
Derechos reservados.
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autor al colocarlas aquí, favor comunicarse con nosotros para desincorporarlas de inmediato.

























































sábado, 4 de abril de 2009

¿ V O L V E R ?








Entró en el almacén de manera despreocupada; no llevaba en mente compra alguna, solo curiosear y dejar a la casualidad el acto de adquirir alguna mercadería. Lejos también de sus pensares el encuentro con alguien conocido, considerando que su paso por la tienda no era otra cosa más que el acto de una turista aprovechando sus últimas horas de permanencia en el lugar. Aunque estaba en calma, un leve cosquilleo comenzaba a manifestarse a la altura del estómago, acentuándose a medida que se acercaba la hora de la partida. Partir significaba regreso; volver a donde no quería, al lugar donde nada grato la esperaba. En su caminata solitaria por las calles de la ciudad turística y alegre, su mente volaba hacia situaciones imaginarias que la liberaban de la obligada permanencia en el lugar a donde no deseaba regresar. Se contemplaba arrastrando su Carrión hacia la plaza contigua a la Catedral, observando el ir y venir de las palomas acostumbradas a los transeúntes que, eventualmente, les lanzaban comida. Se veía sentándose calmadamente en uno de los bancos, abandonando el maletín a un lado. Dejaba transcurrir el tiempo sin apremios, suavemente… De vez en cuando, echaba una rápida mirada a su reloj pulsera, constatando cada vez que su tiempo se agotaba y debía emprender el rumbo hacia el aeropuerto. No parecía dar importancia a nada. Finalmente una amplia sonrisa de satisfacción ocupaba su rostro aún atractivo. Dio un último vistazo al reloj que marcaba, severo, la hora justa de embarque. Sí, en ese momento la voz monótona del aeropuerto alertaría a los pasajeros que era la última llamada ante el embarque inminente; escuchaba que los altavoces repetían su nombre y que, finalmente, indicaban que el coche nocturno se disponía a partir… Mientras, ella, serena y silenciosa celebraba en su fuero interno, con alborozo, la decisión improvisada que la mantendría alejada para siempre de una realidad aciaga.



Comenzó a registrar, sin entusiasmo, la ropa colocada en los grandes mesones, clasificada por tipo de prenda y color. Al levantar una blusa de seda blanca su mirada se desvió hacia una figura femenina que, en otra mesa, también hurgaba la ropa, de espaldas a ella. Sintió una punzada en el pecho y un frío comenzó a circular por su cuerpo. Sin duda era ella, su media hermana, de quien se había separado hacía tantos años. Sintió un temor incontenible y, no obstante, no podía quitar los ojos de la figura femenina, cuyo pelo recogido en la nuca le aseguraba que se trataba de la persona que menos quería encontrar en esos momentos. Quiso echar a correr desenfrenada para poner distancia entre ambas, para que la otra no llegara a notar su presencia. En cambio, permaneció clavada en el sitio como si una enorme fuerza le impidiera el movimiento. La otra mujer, sintiendo tal vez el peso de su mirada giró bruscamente. Sus ojos, ocultos tras los anteojos de sol se clavaron en los serenos y azules de su hermana cuyo rostro no denotó ningún sentimiento. Con voz pausada dijo:
-¡Vaya, finalmente volvemos a vernos! Sabía que iba a ser así aunque no pensé que sería hoy ni en este lugar- No hizo ningún gesto y ella quedó muda, con los labios entreabiertos como para decir algo. La otra sin cambiar su rostro inexpresivo levantó los brazos y los extendió hacia ella en un gesto amigable, incitando al abrazo; la mirada se hizo dulcísima y una amplia sonrisa dio a su faz una luminosidad inesperada, volvió a ser la hermana amada y amante…
-¡Soy tan infeliz1- casi gritó y se lanzo con violencia hacia la otra estrechándola con fuerza..
-No será más así- dijo con suavidad su hermana. Vuelve a nosotros y el tiempo hará el resto… Aquí se te quiere bien y tú lo sabes. No tienes por qué volver.
Tomadas por la cintura salieron de la tienda y emprendieron la marcha , sin rumbo fijo, por la amplia e iluminada avenida. Caminaron en silencio disfrutándose. Atardecía, el cielo iba tiñéndose con el arrebol y, a trechos, algunas pocas nubes oscuras unidas al rosa, se tornaban de un hermoso color lila intenso. La noche fue cayendo silenciosa y oscura opacando la alegría de los tonos celestiales y a las dos figuras entrelazadas que, sin hablar intercambiaban el afecto a través de sus cuerpos. Mientras, en el aeropuerto, una voz monótona anunciaba la partida del vuelo 715, apremiando a los pasajeros a abordar el avión por la puerta número nueve.


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martes, 31 de marzo de 2009

RETORNO




Después de siete meses alejada de mi blog, retorno a él impelida por una circunstancia en la que me envolvió la vida e hizo posible la maravilla cibernética del siglo XXI… Cuando en los años 50 llenábamos las aulas de la Escuela Secundaria, nos maravillábamos de ese artefacto hoy cotidiano: la TV y casi no pensábamos en el siguiente siglo, aunque los comics nos auguraran adelantos fabulosos, con automóviles voladores, carreteras de varios pisos que bordeaban los ventanales de altísimas edificaciones. No obstante, poco pensábamos en cómo sería realmente esa entrada a la nueva centuria y de qué manera nuestras vidas sencillas de aquel entonces, serían enriquecidas por los adelantos de la tecnología. Lo que hoy nos parece natural era impensable en aquellos tiempos. Ya se hablaba, sí, de la televisión en colores, de aviones rompiendo la barrera del sonido y de artefactos destructivos de mayor poder que las recién y tristemente estrenadas Bomba Atómica y Bomba H. Es decir “adelantos” tecnocientíficos para la destrucción mas, nada para unir en lugar de separar, construir en vez de destruir. Al menos, el progreso científico y técnico en grandes beneficios para la humanidad se producía casi a escondidas, a soto voce, opacada su importancia por la alharaca del armamento bélico.

Recuerdo que no hace tanto tiempo, cuando ya había iniciado mi labor docente en la Universidad, un organismo oficial o una importante empresa del país (no sabría cuál) donó a nuestra Escuela ¡una computadora! Se trataba de un gigante metálico de dimensiones descomunales, que requería de un amplio salón para ser instalada. Funcionaba con tarjetas perforadas. Algún entendido de buena voluntad nos ofreció un escaso entrenamiento en tales tarjetas, más bien para entenderlas un poco que para poder manejar el monstruo. Como era de esperar, el espécimen permaneció inactivo durante meses. Al principio, el interés lo hizo ser de obligada visita por quienes transitaban los pasillos universitarios hasta que, poco a poco, pasó de ser interesante a convertirse en un estorbo ¿Cuál fue su destino final? No sabría decirlo, lo ignoro.


Pocos años después la humanidad fue sorprendida por las computadoras “pequeñas” y, finalmente, arribó Microsoft haciendo posible, en muy poco tiempo, que muchos pudiésemos disfrutar de los beneficios del microprocesador y de todos los artefactos que surgieron a su alredor para hacernos las comunicaciones (y la vida) más fáciles. Luego, aparecieron los blogs y finalmente, llegó triunfante Facebook.

Se convirtió este medio en un entrometido visitante con muchos aspectos negativos en su haber pero, al mismo tiempo, ha servido para unir personas desconocidas entre sí, encontrar familia dispersa y aun desconocida y reencontrar parentela hace mucho dada por perdida. Este último ha sido mi caso:

Hace tres días apareció en mi bandeja de entrada un nombre muy familiar, aunque muy lejano. La sorpresa dio paso a la curiosidad y respondí. Segundos después entró otro mensaje confirmando mi sospecha: en efecto, se trata de alguien de mi misma sangre a quien le había perdido el rastro hace muchísimos años. Un mal entendido, tal vez, había producido la separación y el silencio, siempre ominoso cuando se da entre seres que se profesan afecto. La buena nueva descartó recelos y dio paso a una gran alegría y ambas personas nos fundimos en un enorme y estrecho abrazo cibernético y los gigas se humedecieron con nuestras lágrimas de alegría. Ha comenzado un nuevo ciclo comunicativo, interactivo de anécdotas y afectos. Doy gracias al Altísimo por tan hermosa oportunidad.


¡Geni! ¡Casi te alcanzo!!! ¿Verdad?