viernes, 15 de agosto de 2008

TOMATE, TOMATE... COLOR CHOCOLATE



Quien no es aficionado a los animales, quien no ha amado nunca a una mascota de la misma manera que se ama a una persona, no podrá comprender mi sentir. No obstante, utilizaré este espacio para la descarga, la catarsis... Y para el homenaje...



Tomate es robusto, inmenso cual gato de Botero. Su pelambre sedosa de siamés va del chocolate oscuro hasta el café-con-leche y unos ojazos inmesamente azules y asombrados prodigan ternuras con la mirada. Por momentos, los iris negrísimos ofrecen un leve estrabismo que otorga a su dueño una graciosa forma de mirar.



El peso de su cuerpo adosado al mío entibia el lecho en las húmedas noches carrizaleñas. Con su grave maullar comunica, según las inflexiones, todos los sentires y requerimientos que caracterizan la vida de un gato. Es a un tiempo juguetón y circunspecto; presto a acariciar y a exigir ternura sabe hacerse entender y siempre se sale con la suya. Con delicada pulcritud deja sus excrecencias en el inodoro, a condición de que éste esté perfectamente limpio.



La luminosa mañana del 13 de agosto, mañana que invitaba a la alegría y a la vida, Tomate rindió la suya bajo las fauces de Canela, mi perra pillbul. No voy a describir el incidente. Sólo diré que salí herida en el cuero cabelludo y me tomaron siete puntos de sutura.



Como ya dije en mi post precedente, el acontecer mundial y el nacional empequeñecen, hasta la frivolidad tal vez, esta simple tragedia doméstica. Pero en mi dimensión, en la dimensión de mi afecto la congoja no tiene límites y no voy a pedir disculpas por ello.



Pasarán los días y cada uno lloraré menos. Mis otros gatos me sobrevivirán o no y, en este caso, volveré a sentir la misma pena... Y otra vez tendré otra mascota a la que amaré con igual fuerza...
Canela tampoco está más con nosotros, por razones obvias. A ella también la quiero. No es responsable por sus instintos. Al regresar a casa cada día siento el vacío que ambos dejaron en el ambiente. Por ahora, es extraño el hogar sin ellos.



Doy gracias a la vida por haber disfrutado la compañía de Tomate durante diez años y, como soy de las que creen que Dios escribe derecho con renglones torcidos, me consuelo pensando que la inmolación de mi gatazo debe tener algún sentido, aunque me resulte injusta. Y su presencia, como la de todos los que lo precedieron, permanecerá para siempre en mi memoria y en mi afecto.



Para finalizar, robándole palabras a Juan Ramón, escribo:



A Tomate, Tomate, color chocolate, en el cielo de los Altos Mirandinos: a ti este escrito que habla de ti ahora que puedes entenderlo.



¡Gracias por haber sido mi amigo! ¡Te amo!