lunes, 1 de octubre de 2007

D R A M A U R B A N O




La noche iba cayendo despaciosa sobre el armónico conjunto de plantas del pequeño y bien cuidado jardín. Ocupaba el frente y una parte lateral de la vivienda de moderna arquitectura, ubicada en una calle terminada en redoma, alrededor de la cual se distribuían cinco o seis residencias, todas iguales. Por el día, los pocos transeúntes del lugar asomaban una sonrisa placentera ante la vista del jardincillo, perfectamente planificado por un arquitecto paisajista. Parterres de escasas dimensiones, acordes con la extensión del lugar, coloreaban el sitio con conjuntos de impatiens de diversos colores, Vinca per vincas de Madagascar blancas, rosadas y lilas, embelesos de un intenso azul y petunias, también de distinto colorido, que colgaban de balconcillos y ventanas. Al lado opuesto de los parterres floridos se ubicaban los de follajes con diferentes tonos de verde, donde una que otra planta en floración rompía la monotonía del color con lunares de flores brillantes y alegres.

Las sombras cada vez más densas fueron cubriendo el estallido de color y brillantez que ofrecía el pequeño jardín, mientras los cocuyos iniciaban su danza nocturnal iluminando con lucecillas verdosas la prenumbra que, poco a poco, iba convirtiendo el lugar en un conjunto de aparentes y obscuras esculturas vegetales. Hacia una esquina renacían los capullos del aromático caballero de la noche, inundando con su fragante y penetrante perfume toda el área de la redoma y el interior de la cuidada vivienda de paredes cubiertas por lajas irregulares cuyo color transitaba la ruta del rosado al terracota pálido.
Por las ventanas entreabiertas del piso inferior se escapaban, bulliciosas, risas de niños y una suave música de fondo. De vez en cuando una agradable voz femenina requería la tranquilidad de los pequeños, sin ningún asomo de enfado. De pronto, por la amplia y solitaria calle emergieron las luces de un lujoso automóvil de líneas aerodinámicas, pilotado por un caballero cuya fisonomía escatimaron las sombras. El auto se detuvo suavemente ante la puerta de un amplio garaje, esperando el lento abrir de la puerta accionada por un dispositivo eléctrico. Cuidadosamente el hombre condujo hacia el interior y aparcó el coche mientras la puerta automática se cerraba a sus espaldas. Descendió del vehículo un personaje alto y fornido, con un maletín de piel oscura en su mano derecha, se dirigió a la puerta principal y penetró por ella.

Los niños corrieron alborozados hacia su padre quien con un gesto de desgano los saludó, encaminándose rápidamente escaleras arriba sin detenerse ante la joven, cuyo ademán de bienvenida se vio eludido por la prisa con que el hombre ascendió al segundo piso. La joven lo siguió, silenciosa, preguntándose internamente qué bicho le habría picado al marido. Casi simultáneamente rememoró que esos estados de aparente e infundada molestia se habían hecho frecuentes en los últimos tiempos. En esta oportunidad, sin embargo, el asunto parecía revestir cierta gravedad, toda vez que el esposo evitaba mirarla de frente al mascullar una que otra frase poco inteligible. Dijo entre dientes haber cenado en la oficina durante una importante reunión y, en consecuencia, no deseaba comer nada. Se internó en el baño cerrando con brusquedad la puerta tras de sí. La esposa quedó sumida en oscuros pensamientos intentando descubrir una razón para tan descortés conducta

En nada varió la actitud del hombre a la siguiente mañana. No quiso ingerir alimento alguno y alegando que debía viajar inesperadamente a un delicado asunto de negocios fuera de la ciudad, se dedicó a hacer las maletas en las cuales introdujo una considerable cantidad de ropa y accesorios de diferene uso. Todavía sin mirar a los ojos a la joven se despidió rápidamente y dejó una breve y amable frase de despedida para los niños. Salió hacia el coche, lo abordó y, apresuradamente, abandonó la residencia perdiéndose en la calle solitaria.

A mitad de la mañana, cuando la joven había dejado los niños en el colegio, recibido a la señora de servicio y atendido algunos pequeños quehaceres, se dirigió a una reducida pero alegre habitación que fungía como taller de pintura. Ordenadamente, se distribuían dos o tres caballetes con sendas telas en espera de las pinceladas y otro con una naturaleza muerta casi por terminar. Vestía un sencillo traje a cuadritos lilas y blancos, cubierta por un impecable delantal de pintor. Tomó en sus manos la paleta para sumergirse en la labor artística, tratando de alejar de su mente los pensamientos agoreros sobre la conducta del marido. El silencio era interrumpido por el lejano sonido de una aspiradora y por la suave música emanada de un pequeño reproductor ubicado en uno de los estantes donde, metódicamente, se distribuían los diferentes implementos de todo artista plástico.

La joven eludió pensamientos angustiosos obligando a la mente a recapitular, como en grandes escenas su vida matrimonial armónica y placentera hasta hacía muy poco tiempo: un marido atento y cariñoso, apasionado amante, excelente padre de dos hijos preciosos y sanos, ninguna estrechez económica. En fin, nada por reclamar a la vida, generosa en gran medida con ella. Solamente lamentaba una que otra vez haber abandonado sus estudios superiores para dedicar su tiempo a esposo e hijos pero, en general, no se arrepentía de haberlo hecho, más aún cuando contaba con su afición a la pintura, la cual le deparaba gratas satisfacciones. Una leve sonrisa le iluminó la faz de terso cutis y graciosas facciones:
-"Realmente, no puedo quejarme de la vida- pensó -Cualquier gesto inadecuado de mi marido no tiene importancia ante toda la dicha que me ha proporcionado durante más de diez años"- Su sonrisa se acentuó... Se alejó un poco del caballete para contemplar el desarrollo de su obra y con el rostro iluminado por la satisfacción que le producían los trazos y las gratas remembranzas sobre su vida, exclamó:

-"¡Magnífico! No pudo quedar mejor..."- y soltó una cantarina carcajada.

Un lujoso coche se detuvo silencioso ante la puerta del artístico jardín. De él descendió una mujer elegantemente trajeada, abundante melena negra muy cuidada y, en general, bastante atractiva aunque su expresión seria añadía a su rostro una dureza poco agradable. Abrió despacio la verja y dirigiéndose a la fuerte puerta de madera, accionó con fuerza y decisión el picaporte de pulido bronce coronado por una cabeza de león.

Una sonora campanada sonó en el interior de la residencia, rompiendo el casi absoluto silencio y haciendo brincar, sorprendida, a la joven pintora. Ésta esperó, curiosa, que la mucama acudiera a atender al imprevisto visitante. La señora entró al estudio portando en su mano una pequeña bandeja con una tarjeta de presentación. La joven leyó en ella un nombre que nada le dijo. Abandonó paleta y pinceles y se dirigió al grato recibidor donde la mujer, aún de pie, la aguardaba.

-"Buenos días"- dijo la joven cortésmente pero con cierta distancia. La mujer no respondió el saludo. Se limitó a exponer con brusquedad el motivo de su visita:

-"Soy la nueva dueña de esta casa"- dijo. Y su voz sonó desagradable y metálica.
La joven la miró interrogante, sin entender... No sintió ninguna emoción... solamente se quedó en silencio unos instantes antes de responder:
-"Con seguridad ha sufrido una equivocación. Esta casa no está ni ha estado nunca en venta".

-"Quien se equivoca es usted, señora"- respondió la mujer elevando un poco el tono de la voz y continuó diciendo: -"¿O ya olvidó los documentos que le firmó a su ex-marido hace unos cuantos días?"
-"¿Documentos? ¿Ex-marido? ¡Somos una pareja bien avenida! ¿A cuáles documentos se refiere?"-

-"Sí, señora! Los documentos donde acepta el divorcio, la venta de la casa y renuncia a la Patria Potestad y custodia de sus menores hijos..."-




Sintió como si un enorme yunque cayera con violencia sobre su cabeza al tiempo que un río congelado comenzaba a circular por sus venas y arterias, en sustitución de la cálida y espesa sangre. Miles de lucecitas fulgurantes aparecieron ante sus ojos embotando su entendimiento. El aire pareció faltarle. Todo se hizo obscuro rápidamente en su entorno y se sintió a punto de caer sin sentido. No obstante, se sobrepuso a la sorpresa cuya descomunal dimensión impedía la llegada de la congoja y, haciendo un sobrehumano esfuerzo, tomó algo de aire, un aire que se le antojó enrarecido e insalubre, como esos vapores que emanan constantemente de los vertederos de basura ubicados en las afueras de las ciudades. Por primera vez miró con detenimiento a la mujer que estaba frente a ella y captó sus facciones. Continuó mirándola fijamente, ya sin verla, porque su pensamiento había volado con rapidez hacia el momento en el cual su entonces marido, con algunas razones convincentes, la indujo a firmar una serie de documentos prometiéndole entregárselos después para que ella se enterara de su contenido.


-"¡MIERDA!"- gritó para sus adentros -"Me pudieron joder!"- Y una estridente carcajada brotó bruscamente de sus labios enormemente abiertos para dejar salir, como en una incontenible catarata sonora, la loca risa con la cual ocultaba la inconmensurable pesadumbre que, de pronto, se había alojado en su ingenuo corazón.


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Alichín: 2007. (ç)
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domingo, 30 de septiembre de 2007

DEL VIEJO ARCÓN DE LOS RECUERDOS VI


C O N T R A S T E


Tejió escalas de luces

para mi paso incierto...


Castró bayas, cosechó colmenas,

me tiñó de espumas,

me bañó de arco iris...


Arrulló mi camino,

me esperó en el sueño;

Se arropó con mi piel

abrazando mi sábana...


Inventó la rosa,

coronó mi frente...

me arrancó los ojos,

escupió en sus cuencas...

...Me robó la luz...
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De: Sensaciones de la vigilia,
1995 (Ç)