jueves, 8 de noviembre de 2007

NUNCA UN ¡COÑO! FUE MEJOR EMPLEADO


Imagen tomada de talcualdigital.com

Como todos los días venía de regreso de entregar a mi nieto en su colegio y, también como todos los días, oía el programa de Idania CHIRINOS por la emisora Unión Radio. La periodista comenta los acontecimientos de ayer en la Universidad Central de Venezuela, específicamente en la Escuela de Trabajo Social. Para ahondar en los hechos conecta telefónicamente al profesor Adolfo HERRERA, Director de la Escuela de Comunicación Social, aledaña a la primera de las nombradas.

Al iniciar la entrevista Idania pregunta al Prof. HERRERA el por qué, a su juicio, fue atacada específicamente la Escuela de Trabajo Social por un numeroso grupo de motorizados armados. Explicó el profesor que la comunidad de esa Escuela afecta al Presidente CHÁVEZ, había perdido las elecciones y la nueva Directora quien es una persona de índole democrática, independiente, había ejercido sus funciones impidiendo que la Escuela continuara siendo refugio de quienes agredían a estudiantes e instalaciones de la Universidad como respuesta a las posiciones contrarias a la política adelantada por el jefe del gobierno. Preguntó además la periodista cómo era posible que un contingente tal de motorizados entrara a la Universidad sin ningún impedimento. Responde el docente que por ser la Universidad una institución democrática se permite el ingreso de muchas personas a sus instalaciones, incluso turistas que van en busca de las distintas obras de arte, especialmente la contemplación de las nubes de CALDER y destaca la importancia de nuestra institución universitaria como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Continúa el docente explicando los acontecimientos y de cómo fueron agredidos varios estudiantes. De pronto, se hace silencio. El profesor calla. Entendí de inmediato qué sucedía y mis ojos, solidarios con el colega, se humedecieron. En efecto, ahogado por el llanto el profesor HERRERA no podía continuar. La periodista insiste: -Aló, Profesor. Surge una voz de varón, enronquecida por las lágrimas. Lágrimas de dolor, de ira y de impotencia. Y esa voz grita: ¡COÑO! No hubo pitico sensor. No pude captar con claridad qué continuó diciendo, pero fue algo así como que no podía evitar recordar la imagen del rostro ensangrentado de un estudiante, herido a mansalva por uno de los motorizados. Y todavía entre sollozos repitió el ¡COÑO! catártico. –“Entiendo- dice Idania –Entiendo su emoción profesor HERRERA. No pude escuchar con claridad nada más. Junto a Adolfo HERRERA, yo lloraba también, emocionada con su emoción, solidaria con su llanto porque como a él me duelen MI UNIVERSIDAD y esos valientes estudiantes quienes, gallardamente, desde hace ya varios días defienden la democracia y la libertad de Venezuela a lo largo y ancho del país. Después de dos décadas de silencio (ha apuntado alguna persona) los estudiantes se hacen oír con hidalguía, ante el mundo.

¡Gracias, Profesor HERRERA! Gracias por su llanto. Viriles lágrimas de hombre que no desmaya en la lucha por la reconquista de la libertad perdida. ¡NUNCA UN COÑO FUE MEJOR Y MÁS HERMOSAMENTE EMPLEADO!



Imagen tomada de eluniversal.com


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"SI UN TIRANO ES UN SOLO HOMBRE Y SUS SÚBDITOS SON MUCHOS ¿POR QUÉ CONSIENTEN ELLOS SU PROPIA ESCLAVITUD?"
Étienne de la Boétie (1530-1563).










martes, 6 de noviembre de 2007

CENIZAS CANDENTES *

* La idea del relato que va a continuación surgió de un comentario que me dejó mi amigo Genín (http://miherenciablogspot.blogspot.com/) en mi casita del ciberespacio. De allí que seamos corresponsables por el resultado (Esto seguramente no le va a gustar mucho a Geni -shstshst...-






Testigo de su propia incineración desde la ignota altura, sintió un ligero escalofrío recorrerle el punto focal de su espalda. Se vio alongarse hacia lo abismal hasta tocar las cenizas. Introdujo sus manos friolentas en ellas, como hundiéndolas en la tibieza de la arena en una playa solitaria. Hubo de retirarlas con presteza pues las cenizas ardían todavía. Se miró con asombro las manos enrojecidas. Las observó con detenimiento mientras soportaba la incomodidad de un ardor que se acentuaba por momentos. -¡Se me están quemando las manos!- pensó espantado. Permaneció caviloso. No sabía explicarse que le sucedía, pero sentía que era algo absurdo e ingente al mismo tiempo. De pronto exclamó: -¡Claro! ¡Me estoy quemando con mis propias cenizas! ¡Me re-quemo! Y esto podría ser un proceso infinito. Me vuelvo cenizas otra vez. Me observo e introduzco mis manos en mis propios escombros incandescentes y vuelvo a quemarme… Y así, una vez y otra, sin término. ¿Es esto acaso el Averno? ¿Estoy condenado a purgar mis culpas de esta horrible manera?

Se despertó sudoroso. Necesitó algunos segundos para tomar conciencia del lugar donde se hallaba. Rememoró el sueño y se sintió intranquilo por la frecuencia de las pesadillas. Si bien sus sueños no eran recurrentes, hasta el momento, si le resultaban angustiosos ya que cada vez dejaban atrás la placidez y se tornaban mortificantes. Particularmente el que acababa de tener lo impresionó como ningún otro en tanto que planteaba una idea que muchas veces le había resultado atractiva para algún relato. No sabía si lo fantasioso de sus cuentos iba anidando en el subconsciente para luego aflorar en forma de pesadilla. Lo cierto era que al día siguiente de haber soñado con situaciones penosas o simplemente desagradables le costaba retomar su rutina con naturalidad. Los sueños estaban afectando su vida cotidiana. Por otra parte, una natural desconfianza hacia psiquiatras y psicólogos le impedía buscar ayuda profesional mientras su existencia se iba tornando cada vez más caótica. Cada día producía menos. Una especie de abulia lo dominaba entorpeciendo su disposición hacia el trabajo que siempre lo había acompañado.
Con el tiempo comenzó a tener temor de dormirse, a tal grado habían llegado la frecuencia y duración de las pesadillas. La escena de las propias cenizas se repetía ahora cada vez más aunque con algunas variantes. Comenzó a ingerir pastillas para mantener la vigilia, sin poder aprovechar ésta para el trabajo. Si bien el medicamento lo mantenía despierto, no le proporcionaba energías para la creación. El desvelo también comenzó a hacerse insoportable. Su mente despierta comenzó a embotarse y los ensueños fueron surgiendo progresivamente durante el insomnio artificial. Buscó en el alcohol un posible remedio. Retomó la costumbre de fumar, abandonada hacía varios años. En lugar de encontrar remedio, el humo del cigarrillo, los vapores del licor y el efecto de las pastillas conformaron una amalgama intoxicante que se volvió en su contra. Los sueños y las pesadillas se tornaron alucinaciones: se miraba a sí mismo revolcarse enloquecido en un montón de cenizas candentes, en tanto que los glaciares rayos lunares se le antojaban antorchas incandescentes, persiguiéndolo como perros furiosos.

Otra vez, alcanzada una especie de duermevela, vivió una nueva escena aterradora: de una gigantesca máquina mezcladora salían inmensos chorros de cenizas que caían sobre él, amarrado a su silla de escritorio sin poder huir… gritó desesperado y las cenizas penetraron en su boca quemando su lengua y traspasando su garganta hasta llegar, finalmente, al estómago. En el trayecto, el ardiente polvo iba corroyendo todo su organismo produciéndole un insoportable dolor. Se despertó aterrado y buscó la botella de licor en un intento por borrar la terrible escena del sueño… sentía hambre pero no tenía deseos de comer. El licor le resultaba amargo y quemante. Sintió que le ardía la garganta. No supo si era efecto del licor o del sueño. Pretendió escribir la experiencia onírica, pero sus manos y su mente embotada se negaron a secundarlo.
Una noche, mientras fumaba el décimo cigarrillo del día y consumía otro vaso de licor lo venció cansancio, o la borrachera, y se quedó dormido con un sueño intranquilo, desasosegado. Se repitió la escena donde se veía contemplando desde lo alto sus propias cenizas quemarse y de nuevo introducía sus manos en ellas, casi incandescentes. Sintió un terrible ardor y percibió un leve olor a carne chamuscada. Exhaló un grito terrible mientras abría los ojos para mirarse rodeado de llamas que se elevaban hasta el techo, como una inmensa hoguera en el vivac. El fuego hacía presa de las persianas de madera, de la colcha, de él mismo. Quiso huir y no encontró salida. Las llamas lo envolvieron totalmente. Sintió un terrible dolor. Trató de protegerse el rostro con los brazos y continuó gritando, gritando, gritando… hasta que el grito se convirtió en gemido y éste fue extinguiéndose progresivamente...

El Diario de la Mañana recogió la infausta noticia: “El famoso escritor A. D. M. falleció carbonizado en su residencia la noche anterior. Las autoridades manejan diferentes hipótesis como posibles causas del incendio”.
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Imagen tomada de Google.