viernes, 4 de abril de 2008

SÓLO IRA




Había nacido para la felicidad y la risa, pero eligió el camino de la ira. Creció entre mimos, con la mayor parte de sus deseos satisfechos. Amó los animales y las plantas. Se regodeó en la visión de flores coloridas y en la audición de trinos melodiosos y diversos. Vivió el asombro de observar los cocuyos iluminar árboles oscuros en la oscuridad de noches sin luna, aprendió la emoción de observar un cielo límpido al fulgor del plenilunio y conoció, bajo la varita mágica que se le antojaba el bastón del abuelo, los nombres de muchos de los farolitos que parpadean allá lejos, en la bóveda celeste.

Se adormeció en las noches de brumas y de frío, al calor del arrullo de canciones de cuna inventadas para su sueño por la alegría de la abuela y, de ésta, conoció la carcajada loca y cantarina con la cual adornó todos los años de su muy larga vida.





Así creció y se convirtió en un ser adulto. Ya para entonces, la ira se había convertido en su inseparable compañera: el ceño siempre adusto y los labios contraídos en un rictus de amargura inexplicable. Cualquier nimiedad disparaba su humor agresivo, su acritud… Has
ta que le llegó el momento de la presencia de los hijos. Se dulcificó su sonrisa, el rostro se distendió en una placidez llena de amor y de ternura. Sus momentos de ira se interrumpían al lado de los hijos para tornarse en suaves caricias y palabras llenas de afecto.

Duró poco… Aquellos momentos fueron siendo ganados por el desagrado y el mal humor y, cuando éste aparecía, los niños eran víctima de un irracional comportamiento. Si bien jamás los maltrató físicamente (pues nunca había conocido el maltrato) en cambio empleó gestos y gritos que los amedrentaban. Y esos instantes de ira se fueron sobreponiendo a los de amor y ternura…








Y un día, sin saber cuál fue el origen, en la plenitud de la cólera tomó entre sus manos al más pequeño de sus hijos y comenzó a moverlo, con brusquedad, hacia delante y hacia atrás. Los ojos se encendieron, el cerebro se embotó y todo se tornó rojo a su alrededor: se borraron aristas y figuras envueltas en una marejada carmesí…

…Solamente el enojo…




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