viernes, 6 de junio de 2008

CITA A CIEGAS



Él la esperaba en la esquina. Inquieto, con el inequívoco clavel rojo en el ojal de la chaqueta impecable. Manos sudorosas. Interrogantes silenciosas: -¿Cómo será? ¿Alta? ¿Gruesa? ¿Esbelta, sensual y atrevida como prometieron sus palabras al chatear en la red?- Cada vez que veía acercarse a una mujer se aceleraba su corazón. Podría ser cualquiera de las muchas que transitaban a su lado en diferentes direcciones. Ella había prometido engalanarse con un traje de flores multicolores muy llamativo, para que no hubiese dudas.






Ataviada toda de negro, se encaminaba hacia la esquina acordada. Su mente traviesa reía por el engaño y se traslucía en una leve sonrisa. A lo lejos, distinguió el punto púrpura sobre la chaqueta oscura. Le gustó la imagen. Imaginó besos y caricias. Los lentes de sol ocultaban su mirada ansiosa permitiéndole contemplar al hombre sin temor a ser descubierta. Ya a pocos metros de él sintió un suave ¡clic! bajo su traje, su piel dejó de sentir presión y un cosquilleo de sedas comenzó a descender desde la cadera. Sintió pánico. La suavidad de la seda continuó bajando con rapidez, por los muslos, el borde de la falda, las bien torneadas pantorrillas, cayendo desmayada a sus pies como un pequeño rimero de escombros... Quiso gritar, con los ojos desorbitados y sin poder avanzar quedó a escasos pasos del hombre; éste la miró, primero con indiferencia, luego, de arriba a abajo y su mirada se detuvo, asombrada, en un montoncito de seda estampada con flores multicolores, abandonado sobre unas elegantes zapatillas de tacón.



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Derechos reservados: Alicia Párraga Ramos, 2008.