sábado, 19 de julio de 2014

UNA INSÓLITA AMISTAD

Cuando Mercedes alcanzò la cincuentena pensó que ya era tiempo de retirarse y poder disfrutar de eso que algunos han dado en llamar el ocio creador. Su propósito era retomar la afición abandonada hacía ya tanto tiempo: la talla de la madera. Consultó con Salvador, su marido, temiendo que tal vez éste pusiese alguna objeción. No fue así. Y era realmente de esperarse porque el Ingeniero de Sstemas había admirado siempre la habilidad de su mujer para extraer de un burdo trozo de madera figuras deliciosas, gráciles y de gran sencillez. Líneas límpidas de suavidad extrema hechas para el deleite y la admiración.
Puestos de acuerdo decidieron cambiar su residencia citadina por un alegre departamento junto al mar. Lograron conseguirlo a muy precio, en uno de esos edificiios restaurados después del desastre de 1999 cuando el "deslave" ocurrido en la región costera central de Venezuela arrasó con innúmeras viviendas y dañó seriamente varios edificios de apartamentos. La nueva vivienda, lo suficientemente amplia para no sentirse agobiados entre la estrechez de sus paredes, tenía un espacioso balcón con vista al mar, donde la pareja colocó graciosamente una mesa con cuatro sillas. Adornaron el lugar discretamente y con buen gusto. Asllí solía desayunar Mercedes casi todas las mañanas, después de que Salvador saliera hacia la capital para cumplir con su jornada laboral.
Mercedes saboreaba su condumio mañanero deleitándose con la visión del mar, cuyas olas jugueteaban en un rítmico vaivén a veces suave, otras no tanto y en alguna ocasión verdaderamente agresivo.
Las gaviotas adornaban el cielo y ofrecían a la contemplación de Mercedes su danza de expertas pescadoras. Más allá, navíos de diferentes  calados avanzaban lentamente rompiendo la lejana línea del horizonte. Reposado el desayuno la mujer emprendía la faena de transformar en belleza maderos de distintos tipos y colores. Así transcurrían sus días sin más compañía que el viento salino y el graznido de las gaviotas. Tal idílica situación fue repitiéndose sin apenas variaciones durante algunos meses. Mercedes permanecía en soledad hassta el anochecer, cuando Salvador regresaba de Caracas. La vivienda se volvía bulliciosa entonces y el silencio daba a paso a entretenidas y largas conversaciones entre la pareja. Al día siguiente, Mercedes volvía a encontrarse sin compañía.
La situación no la afectó durante los primeros tiempos. Todo era novedoso para ella, no obstante, el tedio fue apoderándose de su ánimo y el silencio forzoso se convirtió en una carga. Para variar, comenzó a pasear por la ruta costanera y, a veces, se sentaba en alguna de las grandes rocas que cercaban la playa. Un día, se acercó un automóvil de la policía y un agente la abordó, diciéndole:
--Señora, buenos días. Le aconsejamos que no permanezca sola en este sitio. Es muy peligroso. Los fines de semana hay gran afluencia de personas y no hay peligro. Pero en días laborables los bandoleros están al acecho de personas solitarias y son capaces de cualquier cosa para perpetrar sus fechorías. Es mejor que regrese a su casaa--
--Muchas gracias --respondió Mercedes con cierta aprensión y siguiendo el consejo del Agente regresó rápidamente a su hogar.
La mujer no tuvo más opción que permanecer en su vivienda, pasando largo tiempo en el balcón. Un día, después del desayuno y para cambiar su rutina, encendió uno de los cigarrillos de su marido. Aspiró con fruición el humo y se quedó mirando cómo, en volutas, ascendía hacia la pared. Un pequeño tuqueque, tan pálido que se diría transparente, parecía observarla. Ella lo miró largamente y, de pronto, comenzó a hablar en voz alta:
--¡Hola, tuqueque! ¿Cómo te va? ¿Sientes tedio, como yo? Aquí estamos los dos, solitos, sin nadie con quien compartir... Bueno, podemos conversar tú y yo ¡Me gustaría ser tu amiga!
El animalito permaneció inmóvil, mirándola como si pudiera entenderla. Se arrastró con rapidez hacia donde ella estaba y se quedó quieto viéndola con fijeza por varios minutos. Repentinamente se dio vuelta y corrió veloz hacia el techo, desapareciendo por la pared exterior.
A la mañana siguiente Mercedes, que había olvidado el incidente del día anterior, se sorprendió al notar la presencia del pequeño lagarto.
--¡Hola, tuqueque-- dijo  --De nuevo tú por aquí ¡Te vez estupendo! añadió sonriendo.
El animalito movió su cabecita de un lado a otro. La observó largamente y luego se alejó con rapidez. Merces comentó entonces:
--¡Ingrato! Te fuiste sin despedi-- y comenzó a preparar sus herramientas. Un rato después, Tuquque estaba de vuelta. Allí se quedó paseando de un lado a otro de la pared hasta que Mercedes abandonó su tareas y fue a la cocina a prepararse algo de comer.
¡Ciao, Tuqueque! ¡Hasta luego!-- dijo.
Algo más tarde, se percató que el lagartijo estaba en la pared frente a ella.
--¿Quieres almorzar conmigo, Tuqueque? ¿Te agradan las miguitas de pan con leche? Y diciendo esto se vio preparando un platito con leche y algunas migajas de pan. Lo acercó a la pared y se retiró hacia la mesa. Tuqueque se acercó muy despacio hacia el platito, lo olisqueó  y se separó rápidamente del alimento permaneciendo, sin embargo, en la pared de la cocina. Mercedes retiró el platito, lo lavó y colocó en él trocitos de la tortilla que estaba comiendo. Se alejó de nuevo hacia la mesa y esperró. El tuqueque se desplazó con precaución, metió su cabecita en el platito, agarró con su lengua diminuta un trozo del alimento y lo engulló. Se mantuvo apartado varios minutos y luego, como con disimulo, regresó por más. Así, hasta que hubo devorado toda la tortilla. Escenas parecidas se repetían a diario haciendo divertida la jornada de la mujer. Un día Mercedes creyó oir una especie de silbido que salía de la boquita de Tuqueque. Ella intentó imitarlo y el bichito repitió el sonido. Igual hizo Mercedes. Intercambiaron silbidos varias veces:
¡Había comenzado un proceso de comunicación entre una dama solitaria y un pálido tuqueque!
Progresivamente los encuentros dama-tuqueque volvieron habituales, así como en intercambio de silbidos. En otra oportunidad Mercedes, casualmente, frotó entre sus manos una bolsita de material plástico, produciendo un sonido peculiar. Tuqueque apareció de inmediato. Ella repitió la acción a distintas horas, cuando Tuqueque no estaba e invariablemente éste aparecía:
¡Se había creado un código entre una dama solitaria y un pálido tuqueque! ¡ERA EL INICIO DE UN LENGUAJE!
                                                       
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Esta pequeña historia es absolutamente verídica. Por supuesto, los nombres son ficticios.
No conozco a la Mercedes de la realidad y mucho menos a Tuqueque. En mi casa abundan esos graciosos animalitos pálidos y huidizos. ¡Me encantan! No obstante, nunca he intentado entablar amistad con ninguno de ellos.
Desconozco el final de la historia. No he querido fantasear al respecto: me gustan los finales abiertos porque es una manera de interactuar con los posibles lectores. Cada uno efectuará una lectura diferente ¡Que así sea el remate de este relato!.
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Descubrí en la red que los tuqueques son los únicos reptiles que pueden articular un sonido y además, que sus nombres son innumerables. Hay materia para la investigación cibernética.