jueves, 11 de octubre de 2007

MEMORIA DE CASANOVA MODERNO





Esa mañana de domingo, ya casi mediodía, luminosa y deliciosamente cálida, fue propicia para que la mirada de la memoria se tornara hacia el tiempo ¡Aquel tiempo! durante el cual ingresé a tu vida. O, más bien, tú ingresaste a la mía, porque mi presencia en tu mundo, en tu quehacer de todos los días, en tus expectativas y en tus sueños no fue significativa, no dejó huella ni cambió rumbos, no influyó para nada en ti, ni en algo que tuviera que ver contigo. En cambio tú… Tú sí fuiste determinante para mis días de entonces:

Venía de los brazos de un Otelo tropical atormentador de mis momentos durante casi cinco años. Cinco años de terror cotidiano, amaneciendo sin saber qué podía depararme la jornada y sin querer despertar en las noches por la incertidumbre de la siguiente… Aquel Otelo esbelto, de perfil helénico rival que pudo ser de algún dios del Olimpo. Su apostura era directamente proporcional a su incultura: cuanto más apuesto parecía más se evidenciaba su limitada instrucción, de escasa escolaridad. Pero la juventud, irreflexiva, no supo calibrar esas carencias y sucumbí ante el formidable ejemplar de varón que ¡OH, dicha! había puesto sus ojos en los míos distinguiéndome con su afecto y su pasión, entre un grupo de féminas quienes, igual que yo, suspiraban lánguidamente por una mirada de sus ojos profundos.

Sus celos irracionales convirtieron su apostura en una sucesión de días aciagos y de congoja infinita. Cuando tal vez estaba a punto de convertirme en una Desdémona de pelo corto, las circunstancias me llevaron a compartir contigo un lugar de trabajo. Joven, a escasos años de haber logrado dos licenciaturas y una maestría, director de un importante departamento de una igualmente importante empresa, eras el prototipo de hombre exitoso. De estatura mediana, ojos pequeñitos de color indefinido, labios irregulares compitiendo con la dentadura. Ningún rasgo destacado o especialmente atractivo… En resumen, un caballero insignificante desde el punto de vista físico.

¿Qué influyó para que te obsequiara con mi simpatía, primero, y luego con mi amor. ¿Fue acaso tu sonrisa? Tal vez esa sonrisa encendía un rostro común y de escasos encantos ocultando la nula belleza de tus labios que, no obstante, eran capaces de pronunciar sentencias profundas, tanto como delicadas y cautivantes expresiones lisonjeras. Tus ojos, poco atractivos, se me antojaron zahoríes cuando me miraban con fijeza preludiando un piropo turbador o una frase de apariencia inocente cuya intención velada descubría llena de vanidosa satisfacción.

Recuerdo tu primera invitación. Dimos un largo paseo por pueblitos aledaños a la capital. Esos caseríos o pequeños poblados conservadores, llenos de sabor antiguo y de ingenua sencillez. Durante la jornada desplegaste todas tus dotes de seducción, lisonjeándome con citas de ilustres escritores y con locuciones latinas, solemnes en tu boca imperfecta. Una dulce felicidad, desconocida u olvidada por mí en el fragor de las amargas circunstancias recientemente dejadas atrás, me proporcionó la suavidad de tu voz, susurrante melodía de palabras que, como música de violines o de cítaras, acariciaban mis oídos cansados de reproches y amenazas.

Varias veces fuimos alegres y enamorados paseantes por bosquecillos y praderas. Y cada vez más tus dotes de consumado amador envolvían mi ingenuidad y mis anhelos de dicha sosegada. Me sentí emperatriz de algún reino remoto, donde mis súbditos creaban para mí magníficas estrofas, enalteciendo con singulares loas mis dotes personales. Recuerdo haberte dicho en una ocasión que te estaría perennemente agradecida por haberme devuelto la fe en el amor y salvado de las garras de aquel abominable Otelo.
Añadí: -Puedes pagarme en el futuro con una felonía, mas, valoraré por encima de cualquier otra circunstancia la paz y la ventura que me estás proporcionando hoy-.
Algunas oportunidades tuviste, más adelante, para recordarme con tenacidad aquella promesa. Sobre todo cuando las tuyas fueron empañándose con tus muchas deslealtades. Ciertamente, no pasó tanto tiempo antes de descubrir que tus favores no me pertenecían. No era yo la dueña exclusiva de tus afectos. Allí estaba la chica de hermosos ojos azules y lacio pelo rubio, de imponente figura mancillada por un zapatón, calzado de un pie, que intentaba rasar el desnivel de unas piernas, bien torneadas, sí, pero de diferentes longitudes, producto de un error genético que condenó a la bella joven a una vida frustrada y llena de complejos. Ella, para sí, también había sentido la engañosa ilusión de ser la única poseedora de tus desvelos, sin saber, al principio, que estaba tu primita primorosa, ingenua, dulce y bonitica ante cuya sencillez no pudiste reprimir tus instintos de conquistador contumaz, y quien claudicó también a tus frases rebuscadas, extraídas de las miles de obras devoradas, según decías, en tus noches de insomnio.

La intelectual poco femenina, acusada de ser seguidora de Lesbia en corrillos y chismorreos. Mujer autosuficiente y decidida, dueña de una enorme capacidad para la organización y a quien nadie imaginaba arrobada bajo las frases y caricias de tu persona. Ella, más que ninguna otra, como bien lo sabes, fue víctima de tu desbocado afán de conquista de corazones femeninos.
Y la dama sesentona, poseedora de un importante porcentaje de acciones de la empresa, tres veces viuda, delgada, elegante, con el cutis marcado por innumerables surcos, de pelo entrecano siempre deliciosamente peinado, de gestos lánguidos y displicentes, actitud sofisticada, riendo suavemente y con leve picardía cuando tú la obsequiabas con una de tus ya famosas frases y la seducción de tus gestos. Ella también entró a formar parte de tus trofeos amorosos.

De todo aquello me fui enterando poco a poco. Profundamente herida me sentí cuando descubrí, en el asiento de tu lujoso automóvil, un pendiente que de inmediato identifiqué como pertenencia de la joven del zapatón. Muchas lágrimas me costó esa realidad, enfrentada de pronto, sin sospechas previas. Quise herirte con mis reproches y torturarte con palabras ofensivas… pero, recordé mis días de Desdémona inconclusa y, por fortuna para ambos, decliné la posibilidad de la venganza. Oculté, con paciencia, mis exacerbados celos y me hice forzadamente indiferente, hasta que me acostumbré a ello. Por eso, no fue tan doloroso el conocimiento de tus siguientes conquistas. Seguí amándote, pero ya con la convicción de que mi amor era la medida del tuyo, en consecuencia, aquél se tornó esporádico, es decir, te amaba en tu presencia, cuando tú me amabas y disfrutaba tus lisonjas, tus besos, tus caricias, durante los momentos que eran nuestros y no compartíamos con nadie. Sabía que en esos instantes me pertenecías porque no eras capaz de entregar tus pensamientos a otra pues, solamente te interesaba asegurar la constancia de quien en ese momento seducías. Del mismo modo que me olvidabas totalmente cuando en tus brazos gemían tu primita, la señora sesentona, la falsa lesbiana o la chica del zapatón.

Pero un último y aleccionador dolor me causarías. Fue cuando te acompañé en un viaje de negocios, junto a otros importantes directivos de la empresa. En el destino final estaba una secretaria, seriecita, vestida discretamente como exigía su posición laboral y con innegables encantos físicos, aminorados por los requerimientos de su condición. Ocupó una pequeña habitación contigua a la mía, compartida con la auditora de la firma, señora de grueso talante, rebasando la sexta década de vida. A ella confesó, emocionada, estar viviendo el día más feliz de su vida, porque había conquistado tu amor en menos de dos días compartidos y le habías ofrecido matrimonio para cuando estuviese concluido tu divorcio. Un divorcio inexistente, pues aún no habías caído en las redes del matrimonio.

Escuchar tras las paredes tal confesión, la cual no debió sorprenderme, me causó un profundo sentimiento de indefensión. Me sentí desterrada de tus afectos y de tu atención, lejos de mi heredad y lugares donde podía sentirme segura. El extrañamiento de tu persona que me impusiste, sin ninguna piedad, me lastimó tanto que no pude evitar el llanto pertinaz y lloré desconsoladamente durante algunas horas. Al atardecer, tuve que bajar de mi habitación para compartir una pequeña celebración del grupo. Me vestí con mis mejores galas y me sentí atractiva, segura de mis encantos personales. Tuve, sin embargo, que recurrir a mis anteojos de sol para ocultar las huellas del llanto. La montura blanca sobre los lentes oscuros contrastaba con mi atuendo de seda negra, sencillo y elegante, otorgándome una apariencia misteriosa y cautivante que no te pasó inadvertida. Estuviste algo nervioso, indeciso entre si continuar tu asedio amoroso a la secretaria o volver hacia mí tus galanteos.

Me detuve en el balconcillo y pasé la mirada con lentitud por la alegre concurrencia que disfrutaba en el salón inferior… Allí estaba también, elegantísima, la dama tres-veces-viuda, haciendo gala de sus encantos otoñales y luciendo un espléndido traje firmado por un conocido modista internacional. No me sentí disminuida. Al contrario, mi juventud y mi elegancia contra su elegancia y su vejez. El resultado era obvio. Tu mirada la ignoraba e iba de la secre hacia mí y desde mí hasta la secre… Finalmente, te decidiste por esta última que te hacía señas desde un grupo en animada conversación. Bajé lentamente la escalinata sabiendo que muchas miradas se posaban en mí con admiración y que ello te producía, con seguridad, un escozor de impaciencia al no poder demostrarles a todos que yo te pertenecía, que era una de tus conquistas. Una última lágrima intentó asomarse a mis ya irritados ojos. Logré contenerla. Me di cuenta de la alegría que reinaba en el ambiente, del disfrute de la concurrencia del cual yo estaba exiliada. Percibí el estado de exuberante exaltación de la secretaria, lindamente ataviada, para ser justa. Tomé la decisión de integrarme a la celebración y disfrutar de ella sin sentimientos de culpa, pero también sin rencores. Me dije a mí misma que la secretaria era otra víctima inocente, cuya infelicidad estaba próxima después de haber caído en tus brazos. Que mis lágrimas estaban sobrando, igual que cualquier resto de ira anidado en mi corazón. Si ya te conocía, si ya tu condición me era familiar ¿Por qué privarme del disfrute que otros compartían? ¿Por qué no participar, como todos, de la alegría conjunta? Si hacía tiempo había decidido que mi amor sería la medida del tuyo ¿A qué lamentarme, entonces? Si amabas a una nueva conquista, Casanova irremediable ¿Qué sentido tenía mi tristeza?

Llegué, finalmente, al salón, luciendo una espléndida sonrisa en mi rostro; varios jóvenes se me acercaron ofreciéndose a escoltarme hasta el centro de la sala. La noche se hizo hermosa. Descubrí que estaba viva y que la vida me sonreía. No tenía motivos para la congoja.

Bailé en brazos de varios caballeros, algunos de ellos bastante atractivos y junto a los cuales tu aspecto de hombre mediano hacía resaltar su gallardía, pero ninguno competía con tu capacidad para la conquista fácil y la lisonja oportuna. La feliz secretaria tuvo que resignarse a compartirte con otras damas, incluso con la tres-veces-viuda, quien no escatimó oportunidad para retenerte a su lado. Mientras, yo disfrutaba con una alegría que comenzó siendo impuesta y progresivamente se fue integrando a mi sentir hasta convertirme en una persona sinceramente alegre, dichosa y sin rastro alguno de desengaño o de aflicción.

Así terminó nuestra historia. Nos seguimos viendo durante mucho tiempo, compartiendo el lugar de faena. Al comienzo quisiste volver a conquistarme y yo, tal vez lisonjeada por ello estuve a punto de reincidir, no obstante logré la fortaleza suficiente para declinar con delicadeza tus favores. Nos hicimos amigos. Entrañables. Muchos años de amistad nos han unido. Como prometí tiempo atrás, te sigo agradeciendo el haberme rescatado de los brazos de Otelo. Tú continuaste ejercitándote como un Casanova moderno. Al final te casaste con la falsa lesbiana. A ella, quien se llevó el trofeo de llamarse tu esposa, le diste una vida terrible, llena de amantes indiscretas y propensas a molestarla. Ella, quien te ha soportado todo y no ignora nada, ni siquiera nuestra antigua relación, conlleva resignada tus infidelidades, tus borracheras, tu vida de bohemio impenitente. La llenaste de hijos, para que no tuviera tiempo de vigilarte, aunque no creo que sea muy inclinada a hacerlo. Decidió desentenderse, no saber o ser quien todo lo excusa porque tú eres así y así te aceptó. Fue una postura aparentemente cómoda; sólo Dios sabe cuánto dolor le habrá costado.

Casanova moderno, finalmente te llegó la vejez aunque no la madurez. Continúas persiguiendo jovencitas, mujeres maduras, ancianas. Algunas todavía caen en tus expertas manos de Don Juan decadente, escuchando algún verso de El cantar de los cantares o los poemas de amor de Pablo Neruda… también recitándoles poemas tuyos, siempre los mismos, que tú les aseguras son inspirados por ellas… ¡Quién sabe cuántas cajitas perfumadas y forradas con floreados tafetanes guardan celosamente, en una hoja arrancada de prisa y escrito de tu puño y letra, un único poema dedicado cada vez a una mujer diferente…!


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19 comentarios:

Derain dijo...

Ali, me has desgarrado con tus letras, y creo que no debo explicarte el detalle.
Deliciosamente escrita, tristemente acontecida, pero felizmente terminada la historia. Al menos eso creo, o no amiga?
Ni imaginas qué cosas paso hoy por hoy. tal vez algún día te cuente, tal vez no. esperemos...
Un gran abrazo, de esos que arropan el alma.
TQM.

Derain dijo...

Sorry por las faltas, que se me adelantan los dedos...

Alichín dijo...

Sí, querida niña, una historia con un final feliz. Al menos para la protagonista, que no para la ¿triunfante? esposa. La escribí hace como tres semanas y no había querido publicarla porque finalmente no me gustó mucho... pero, al fin y al cabo, no se trata de un concurso literario sino de pensamientos volanderos dejados en el papel. Me alegra que te guste y me acongoja el desgarre. ¿Presiento bien que pasas por momentos ingratos? Mis brazos lejanos están dispuestos a arroparte, cuando tú lo creas oportuno y conveniente. Si no es así, está mi solidaridad de madre que comprende, calla y no pregunta. El tiempo es una gran medicina para el alma.
Se te quiere bien y mucho.
[Mi "hijita chilena" está aquí desde el sábado. Su casa es aledaña a la mía. Un fuerte abrazo...

Anónimo dijo...

hola mis saludos,gracias por tu visita a mi blog y refiriendome a tu pregunta, t respondo que esas esculturas son muy poco similares a las de isla de pascua, en tamaño son mas pequeñas aunque la que sale en la imagen tiene cierto parecido.
(respondi aqui porque no me gusta responder en mi blog jejejejeje)

saludos amiga
que estes bien

Gustavo Misle Giraud dijo...

El cuento me parece muy bueno, pero siempre hay un pero, cuando uno lee algo, uno no sabe si es tu fantasía o tu fantasia de novia de quince, pero si son las dos cosas con una locura de acción, me parece un torbellino de pasión y amor y solo la pasión nos hace libres en el amor
y todas sus manifestaciones en la sensualidad
Gustavo

Mucha dijo...

Bueno sos toda una escritora mas que una blogger. te felicito y feliz de haberte encontrado
Abrazos desde el otro lado del charco

Gerardo Omaña Márquez dijo...

Una historia interesante para seguir acumulando experiencias en el conocer el comportamiento humano.
Sin embargo siento rabia que eso ses de esa forma, me encanta la fidelidad y la vivo intensamente.

Recibe un beso en tu alma.

Recomenzar dijo...

Y ahora te comento como blogger, me encantan tus escritos, te dejo flores y besos

Inma dijo...

Has descrito un estilo de hombre frecuente hace un algún tiempo, hoy no les quedó más que cambiar. He conocido muchas mujeres de esas que guardaban en una cajita un poema o una hoja de flor. Mientras te leía fueron pasando por mi mente nombres y nombres.
Un beso amiga mía. También te quiero.

Gustavo Misle Giraud dijo...

Porque el tiempo y la vida
no tienen razón, pero
tu presencia existe
una cosa misteriosa
pero muy cotidiana
tu participas en la vida de los demás
y los demás están orgullos de tí
de conocer tu obra y tus sentimientos
Gustavo

Genín dijo...

A mi no me pica la curiosidad de quien es la protagonista de la narración, su identidad real, yo simplemente he disfrutado como un enano, totalmente metido en la narración.
¿Pero como que no te gustó cuando lo escribiste?
El manejo y la riqueza del idioma, son impecables, me encanta...
Ente tu y yo, el Casanova me cae fatal, sin embargo, el Otelo me cae simpatico, mira tu por donde...¿Será porque le veo a Plácido Domingo en el papel con el rostro tiznado?...jajaja
Un beso, y salud, Genín

Alichín dijo...

Hola Guillermo: Gracias por tu visita. Hoy no he ido por tu casa, pero iré. Nos seguimos "viendo". Un fuerte abrazo.

Gustavo: No son fantasías de quinceañera. Es la referencia a un prototipo de enamorador impenitente, que, según algunos psicólogos, refleja un sentimiento de inseguridad y "complejo de inferioridad". Pero de eso, yo no sé mucho (pregúntale a Deanna). Un fuerte abrazo para los dos.
MUCHA: La felicidad por el encuentro es recíproca. Y en mi caso, además, por tus elogios que son una melodía para mi Ego. Se te quiere bien. Un fuerte abrazo.

Gerardo: Gracias por venir y por tu comentario. Eso de vivir intensamente la fidelidad me parece una virtud maravillosa en un ser humano. Sobre todo la lealtad en las relaciones entre personas creo que es algo indispensable y necesario. Gracias por ser así. Te felicito. Un fuerte abrazo y hasta todos los días.

Mi despertar (Mucha): Gracias por las flores ¡Están preciosas! Te espero siempre. Otro fuerte abrazo,amiga.

Mi querida amiga Muxi: ¡Cuánto me alegran tu visita y tus palabras! Pero no creo que hayan cambiado mucho los donjuanes, todavía existen, para tormentos de las incautas que caen en sus mentiras. Por lo menos en este país aún abundan ¡Y bastante! Siempre recordamos a "alguien así", lo que pasa es que nosotras sí hemos cambiado y la muchacha de hoy no es tan fácil de engañar (Espero...)
Te quiero mucho amiga. Un fuerte abrazo.

Gus: Gracias por tu poema. Me encantó. Otro fuerte abrazo.

Genín: Queridísimo amigo. Qué bueno que viniste; me encanta cuando dejas tu huella. El personaje es como varios en uno. Y no me digas que el Otelo tropical te cayó bien, porque son terribles. A esos los conocí de cerca porque mi padre fue uno de ellos. También son enfermizos. Bueno, en todo caso, me alegra mucho que te haya gustado el relato. Por ahí tengo tres o cuatro más (del Arcón) que un día de estos los adapto al blog. Un fuerte abrazo, amigo de siempre.

Derain dijo...

Ali, he colgado un nuevo relato en mi blog, se llama Silke. Tengo con él un pequeño problema con los tiempos verbales además de los gerundios...(Esto me lo dijo un amigo escritor).
Le podrías echar una miradita por fis???
te lo agradecería mucho.
Cariños, Son.

Lena dijo...

Que historia! Primero me paso larga pero despues me agarro y no pude dejar de leer, fascinante. Seguro que deben haber muchas historias parecidas pero la escribes de una manera que me deja con ganas de saber mas!!!
saludos,
Lena

Alichín dijo...

Gracias Lena por tu visita. Y por tus lindas palabras. Habrá más historias ¡Seguro! Un fuerte abrazo, para tí y tu príncipe.

Recomenzar dijo...

Que puedo decrte gracias por tus maravillosas palabras.mas flores, más besos

Anónimo dijo...

hoy paso otra vez por tu bello espacio, debo confesar que mucho de lo que escribes me inspira y me deja pensando en nuevas ideas...


hasta pronto
un beso

Alichín dijo...

MAGNÍFICO AMIGO GUILLERMO, QUE PUEDAS ENCONTRAR PISTAS EN MI ESPACIO PARA TUS PRECIOSAS CREACIONES. UN FUERTE ABRAZO Y HASTA SIEMPRE.

Anónimo dijo...

gracias a Dios por intiresny