sábado, 27 de octubre de 2007

EL HOMBRE DE LA ESQUINA



Una luminosa mañana de principios de diciembre, sin presentir que la vida le tenía preparada una sorpresa, la mujer se encaminó en su vehículo, después de dejar los niños en el colegio, hacia El Café de la Esquina Azul, situado a escasos diez minutos de viaje. Como todos los días entre lunes y viernes allí se encontraría con las mamás de los compañeritos de sus hijos para compartir un agradable desayuno. Intercambiaban experiencias con los niños, discutían sobre sus avances escolares; coloreaban la conversación con uno que otro comentario sobre alguna amiga ausente, los recientes acontecimientos de la localidad, en fin, nunca faltó algo interesante para ellas sobre lo cual centrar la plática, siempre amena. Algunas veces se incluía uno o varios de los esposos y entonces la charla giraba sobre temas políticos y deportivos.

Llegó temprano, nadie ocupaba la mesa habitual, la luz del sol penetraba casi hasta la mitad del recinto iluminándolo y proporcionándole una agradable calidez. Pidió un café para entretener la espera y el diario matutino. El ruido de unas fuertes pisadas la hizo levantar la vista de la lectura. Entonces lo vio. Entraba decidido hacia el mostrador y con acento amistoso saludó a la dependienta ordenando café y pasteles. Colocó el pulido zapato sobre el brillante apoya pie y giró el torso hacia la mujer que rápidamente tornó sus ojos a la lectura. Unos segundos después volvió a subir la vista y su mirada se cruzó con la del hombre, que la observaba fijamente con admiración. Fue el cruce de dos rayos, violentos, apasionados y silenciosos. Una sonrisa casi imperceptible distendió los atractivos labios del hombre, ataviado con un elegante atuendo deportivo e hizo una también imperceptible inclinación de cabeza a modo de homenaje hacia la hermosa joven que de igual manera lo miraba con fijeza. Fue un asunto de segundos. La mujer sintió que un ligero escalofrío recorría su espalda y antes de que el gesto delator apareciera bajó de nuevo los ojos hacia la lectura y se enfrascó en ella con el ánimo perturbado.


Para su ventura las amigas fueron llegando casi simultáneamente. La conversación entre ellas se generalizó y la mujer pudo recobrar la serenidad integrándose a los comentarios. El hombre permaneció junto al mostrador sólo el tiempo justo para consumir, sin prisa, el frugal desayuno; pagó a la cajera y antes de retirarse buscó la mirada de la mujer, quien, de vez en cuando, la dirigía con naturalidad hacia él. Hizo de nuevo una leve inclinación de cabeza y esta vez sonrió sin disimulo mostrando una hilera perfecta de dientes blanquísimos. Ella sonrió sólo con la mirada que mantuvo fija en el hombre hasta que éste desapareció hacia la calle.
En el trayecto hasta su oficina no pudo quitar de su mente la imagen del atractivo hombre. Sonrió para sí recordando cada uno de los rasgos que pudo advertir en el rápido encuentro. Su imagen la acompañó todo el día hasta el regreso a casa, donde la atención de los niños y del marido condujeron su mente hacia la realidad de su vida.

Durante los días siguientes el hombre regresó al Café de la Esquina Azul. Se ubicaba en una mesa estratégicamente situada frente a la de las mujeres. Ella procuró no dar nunca la espalda. El diálogo silencioso y el combate de miradas intensas se hizo habitual. Ella, hábilmente, sorteaba el mudo escarceo ante la mirada de las amigas quienes, aparentemente, no habían notado nada.

Cada día vivido la imagen del hombre ocupaba por más tiempo los pensamientos femeninos. Pensaba en él a toda hora. Sentía un extraño calor recorrerle el cuerpo cuando rememoraba la atractiva figura masculina y una deliciosa sensación de felicidad la invadía. Sintió miedo. Se vio claudicando ante ese extraño sentimiento. Se imaginó en un paraje solitario corriendo hacia él quien la esperaba con los brazos extendidos y se fundían en un apretado abrazo. Sin hablarse, se buscaban sus bocas en un apasionado y prolongado beso y al separarse sus labios él la besaba luego en los ojos, en el rostro todo… Sacudió con violencia la cabeza para espantar los pensamientos mas, la imagen del hombre permaneció ante ella durante todo el día. Por la noche, al quedarse dormida soñó que viajaban juntos en un pequeño bote y, abrazados, remaban hasta una playa solitaria. Los largos besos se sucedían uno tras otro. Luego, se vio de nuevo en el Café al cual entraban tomados de la mano. Allí se disolvió su sueño que se había tornado intranquilo. Despertó sobresaltada, aunque con una sensación de plenitud y anhelo que hacía tiempo no sentía. Respiraba con fuerza como para acallar los latidos exacerbados de su corazón. Esos sueños locos se repitieron casi todas las noches.

Pasaron algo más de dos semanas durante las cuales todos los días laborables el hombre acudió a la silenciosa cita sin traspasar nunca los límites de las miradas. Un día, en la ciudad, al entrar a un centro comercial al volante de su coche se cruzó con el hombre que iba en sentido contrario, ambos disminuyeron la velocidad de sus autos y se miraron con intensidad. Los dos sonrieron , abiertamente. Y cada uno siguió su camino, sin más. Era viernes por la tarde. Durante el fin de semana los pensamientos de la mujer volaban hacia el hombre a cada instante. Se sentía eufórica e inmensamente feliz. Entonces se preguntó: -¿Estoy enamorada de ese hombre de quien no sé ni siquiera su nombre? ¿Lo amo? ¿O es solamente deseo? ¿Seré capaz de ser infiel a mi esposo? Era una circunstancia que nunca había contemplado. Se consideraba una persona leal. No tuvo respuesta para esas interrogantes… quedaron allí, colgadas en su mente como piezas de ropa que se secan al sol.

El lunes siguiente debía ir a una conferencia y se arregló con especial cuidado. Su marido la acompañaba. Se sentía hermosa, atractiva y segura de sí misma. Dejaron los niños y se encaminaron al Café de la Esquina Azul. El grupo estaba casi completo. El hombre ocupaba el lugar de costumbre. Ellos permanecieron de pie. El hombre la miró con fijeza y la habitual inclinación de cabeza se hizo evidente, los labios sonrieron con decisión. Ella se sintió desfallecer, creyó estallar de alegría y terror al mismo tiempo. Lo miró…con tristeza… dirigió su vista hacia el marido y se acercó a él hasta casi rozarlo. Colocó su mano sobre el hombro e inclinando la cabeza la dejó reposar suavemente sobre él. Éste buscó su mano y la estrechó, ella devolvió el gesto. Miró de nuevo hacia el hombre y le envió una sonrisa triste, muy triste. Levemente movió la cabeza apoyada en signo imperceptible de negación. El hombre apretó los labios, subió las cejas e inclinó hacia un lado la cabeza. Era una respuesta de resignación. Había captado el mensaje gestual de la mujer. El adiós. El hombre respiró hondamente, continuó con los labios apretados por unos minutos que a ella le lucieron interminables. Se levantó bruscamente y se encaminó hacia la mesa donde la mujer permanecía de pie… ella palideció de terror sin saber qué iba a hacer él . Éste pasó a su lado, rozándola con fuerza. Se detuvo levemente diciendo: -“Mis disculpas, señora. Mis disculpas. Y continuó con premura su camino hacia la otra salida sin esperar respuesta.

Ella sintió que las lágrimas corrían hacia adentro e inundaban el interior de su cuerpo. Apenas se humedecieron sus ojos que se hicieron más brillantes. Respiró con fuerza para eludir un sollozo. El sol, que había estado iluminando como casi todos los días, oscureció de pronto, el recinto quedó en penumbra, ella escuchó las voces de todos como si vinieran de muy lejos, atravesando un recipiente metálico. Sintió un gran desconsuelo, una congoja infinita... un sentimiento de pérdida que no podía describir con precisión. Se interrogó en silencio: -“¿Estoy renunciando a un sentimiento… o a un deseo? No lo sabré nunca…

13 comentarios:

Inma dijo...

Te he leído con ganas. Deseaba que no terminara el cuento. Que bien lo narras, lo haces sentir, se me hizo corto, sentí al final que se terminase, como cuando lees un libro de esos que engancha y no quieres dejarlo. De alguna forma la vida siempre nos deja esas dudas de lo que pudo ser y no pudo ser.
Un abrazo mi amiga, mil abrazos.

Alichín dijo...

Gracias, mi linda amiga: Tus palabras son suaves a mis oídos, sobre todo porque vienen de quien ha hecho de su vida un eterno poema. Un fuerte abrazo y también mil más.

Lena dijo...

Comence a leerlo y no pude dejarlo. Queria leer mas rapido de lo que podian mis ojos!!! Ahora me quede con la intriga, el hombre no volvio nunca mas al cafe?

Saludos,
Lena

Alichín dijo...

Querida Lena: ¿Qué crees tú? El final impreciso deja a cada lector la posibilidad de imaginar la historia que más le convenga. Tendrá tantos finales diferentes como lectores. Cualquiera será válido, hasta aquél que pueda parecer a alguien un disparate, tiene validez para quien lo imagina. Es como un juego... como la vida... Gracias por venir y leerme. Un fuerte abrazo.

david santos dijo...

Alichín, por favor!

Envía un Mail para la embajada del Brasil en tu País y habla de la injusticia que los tribunales do Brasil están cometiendo con esta niña.
Gracias. Viva la solidaridad entre los humanos.

Recomenzar dijo...

Bello tu esrito ...te sigo

Francisco Méndez S. dijo...

Hola: que bien escrito,no pude parar de leer hasta el final, y muy buena la interrogante final.
Saludos

Alichín dijo...

Hola, Mucha: Gracias por la visita y la buena voluntad.

Un fuerte abrazo.


Ulysses:
Gracias por volver y por tu comentario. Me alegra que te atrapara esa pregunta final. Nos seguimos "viendo"...

Un fuerte abrazo.

Gustavo Misle Giraud dijo...

Tus relatos tienen una particularidad
Uno empieza a leer, se introduce en el final y luego al final es como si le hubieran cerrado la puerta en la nariz.
Uno se queda pensando por un tiempo y quisiera seguir leyendo.
En verdad que tienes un estilo singular que pensandolo es como de orfebreria.
Un beso
Deanna

Alichín dijo...

¡Vaya,vaya!Querida, eso es todo un análisis literario, muy particular y en beneficio de la autora. No se puede pedir más... Lo de los finales ambiguos es una manera de interactuar con el lector: cada quien remata según su imaginación y así el relato es infinito.

Un beso y un fuerte abrazo para tí y para Gus...

Genín dijo...

Bueno, es la prueba mas clara de que lo tenemos todo en nuestro cerebro.
Reamente no sucedió nada mas que lo que hornearon ambos en su crebro.
La historia "debe" terminar así.
Aunque no tenga nada que ver con tu historia, me hizo pensar en como en un segundo se puede cambiar el destino de una vida.
Saud, Genín

Unknown dijo...

Llegué sin ánimo y me voy lleno de luz.Gracias, Alichín. Reconforta encontrarla. Un abrazo desde el mar.
Roberto

Alichín dijo...

Roberto: Gracias por esta visita y tus palabras. Te escribí a tu mail.

Un fuerte y amoroso abrazo.
Alichín