El 27 de abril de 1984, antes de escribir esta fecha, Kidsy firmaba la dedicatoria de su pequeña pintura, en el reverso del lienzo. Había escrito una especie de poema de amor para el ausente a quien esperaba, ansiosa, en su grata casita de estilo alemán, enclavada en una pequeña colina de la Colonia Tovar, en el Estado Aragua de Venezuela. Desde el jardín, lleno de hortensias y gladiolos de variados colores que convivían con las plantas de un cuidado huerto, divisaba el alegre paisaje del poblado, con sus casas blancas, cruzadas por fuertes vigas de madera pintadas, en su mayoría, de negro... Los techos de tejas rojas, oscurecidas por el moho y el tiempo. En la parte trasera del hogar, la colina ascendía suavemente, entre los variados tonos de verde de la hierba y el follaje de los durazneros. Por los 360 grados de su entorno apreciaba un similar y alegre paisaje. Dispersas, como en una diminuta ciudad de juguete, las casitas alegraban el lugar con tendederos donde colgaban las piezas de ropa, multicolores, intentando secarse a la luz de los tenues rayos de un sol amarillento y pálido, escatimado por la bruma casi perenne.
Ese bucólico paisaje había capturado Kidsy, en un trozo de lienzo de apenas 30 x 40 centímetros, para obsequiarlo al viajero como constancia de que, a pesar del tiempo y las vicisitudes, su amor permanecía indemne, tal vez hasta acrecentado, por parte de ella.
Kidsy era una mujer madura, de abundoso cabello entrecano, que todavía conservaba vestigios de galanura y belleza. Aún era terso su cutis, brillante su mirada azul y su figura, a pesar de haber ganado algún peso, permanecía esbelta y graciosa.
Kidsy había nacido en Buenos Aires y en esa ciudad transcurrieron su infancia y juventud. Allí conoció y se enamoró de quien fue su marido: alto, delgado, de pelo y ojos oscuros: -Tus ojos son tenebrosos, como las noches aquí en Tovar- solía bromear Kidsy con su esposo cuando, en las noches brumosas y solitarias, compartía con él el silencio y una humeante taza de chocolate espeso y aromático.
Buenos Aires dejó su impronta en la joven que, pocos años después de su matrimonio, hubo de emigrar junto a su marido, en busca de nuevos y más prometedores horizontes. Así, llegaron y se instalaron en la Venezuela saudita. Aquella de la bonanza económica y el despilfarro. El matrimonio argentino luchó duramente y, poco a poco, se fueron aclimatando al nuevo país que, generoso, los había acogido. Para Kidsy, que amaba profundamente a su marido, cualquier lugar era bueno si lo tenía a su lado. Por eso lo acompañó sin quejarse cuando aquél decidió mudarse a la Colonia Tovar, donde montó un lindo negocio de antigüedades. Kidsy no estaba hecha para la vida bucólica y añoraba el bullicio y el cosmopolitismo de su "Buenos Aires querido". No obstante, mansamente, cedió y fue acostumbrándose a esa soledad del poblado, sólo por la recompensa de tener a su esposo con ella y para ella. La juventud fue quedando atrás. Cada vez más atrás. Uno que otro viaje hicieron juntos a la patria jamás olvidada. Para regresar siempre a la soledad coloniera. Ahora, en 1984, él había viajado solo y Kidsy lo esperaba llenando sus minutos con sus plantas, su afición por la pintura y la atención de la tienda.
Una urgencia familiar en la Argentina obligó a Kidsy a viajar a su país y permanecer en él, acompañando a su madre en una penosa enfermedad que la mantuvo en cama siete meses, durante los cuales ella no se separó del lecho de la enferma, hasta que, finalmente, ésta falleció.
En la casita alegre de la Colonia había quedado, colgado en el recibidor, el cuadro amorosamente pintado y dedicado para el marido. Pero siete meses fueron mucho tiempo para el hombre y, sin proponérselo ni darse mucha cuenta, buscó refugio y compañía en otros brazos, más jóvenes, más vigorosos y más tersos. Rejuvenecido el espíritu por el nuevo amor y engañado el cuerpo por olvidados vigores, el argentino fue pensando cada vez menos en la esposa lejana. Ella, inocente, regresó. Después de los funerales de su madre Kidsy volvía, alegre por la promesa del reencuentro, a la pintoresca y solitaria vida de la Colonia Tovar. Pero la alegría se truncó frente a una realidad no esperada: su lugar en la casa estaba ocupado. Y ella, orgullosa, no preguntó, no imploró, no lloró. Regresó desolada a su país llevando en la memoria el verde brumoso del lugar donde había vivido y compartido sinsabores y dichas con el hombre que amaba. Cuando éste quiso rectificar, Kidsy había tomado el camino de retorno para no regresar.
La nueva compañera descolgó de la pared la obrita. Y el hombre, dio unos brochazos con pintura verde al reverso del lienzo, intentando borrar la dedicatoria que, acusadora, daba cuenta del amor de la esposa. El cuadrito fue a tener a la tienda de antigüedades y colgado, entre otros objetos a la puerta de aquélla.
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No sé en cuál fecha, después del año 1984, estaba yo disfrutanto de un paseo por la Colonia Tovar. Por su calle principal, antes de llegar a la estación de gasolina. Me detenía a observar los objetos que las tienditas ofrecían al turista. No tenía interés en comprar pero, de pronto, llamó mi atención un pequeño óleo que representaba, con alegres colores, un paisaje del lugar. Era llamativo por los vivos tonos de verde, el rojo de los techos y el blanco de las casas. Pero lo que más despertó mi curiosidad fue el cielo. Un cielo negro. Agorero. No obstante, en el conjunto, proporcionaba alegría a la pintura. El contraste entre un vivaz paisaje bajo un cielo tan oscuro me cautivó y decidí adquirir la pintura. Un hombre maduro, bastante apuesto, estaba a la puerta de la tienda. Pregunté el precio y él, con acento argentino respondió: -No está a la venta, che. Él observó mi desencanto cuando reanudé mi camino y, entonces, gritó: -¡Señora! Si le gusta tanto se lo puedo vender. Son 300 bolívares. No era mucho, en realidad y lo compré. Muy satisfecha con mi adquisición continué mi paseo y luego, regresé a casa. Desaté el pequeño paquete y quedó al descubierto el reverso del cuadro, con su leyenda oculta por unas pinceladasa burdas y apresuradas, de pintura verde. Pero algo quedó al descubierto: la firma de Kidsy (o Kiosy, no estoy segura), la fecha, la palabra Venezuela en la esquina izquierda y retazos de la dedicatoria. ¿Por qué el inconsecuente marido no quiso borrar todo? ¿Por qué dejar señales a la curiosidad de terceros? He aquí lo que pude rescatar y entender:
... te prometo que
muy especial
que has llega
alumbras nues
eran tan
habemos
dad a alde
Te quiero y te
extraño mucho.
Besos mil
Kidsy
Abril 27/1984
Venezuela
Esta es la historia de amor de Kidsy (o Kiosy). La que yo forjé. Pudo haber sido cualquier otra. La imaginación puede tejer varias novelas sobre un amor fenecido. Un amor que no tuvo futuro. Como la mayoría de los amores. ¿Abandonó Kidsy a su esposo, por otro hombre? ¿Se quedó en su ciudada natal? ¡Quién lo sabe! Ella dibujó en los batientes de la entrada al jardín de la casita situada más al frente, un corazón en cada uno. Y una mujer de pelo blanco regando las plantas, bajo un agorero cielo negro... ¿Cuál fue, en realidad, su historia?
6 comentarios:
A partir de esas frases se pueden tejer mil historias diferentes, solo hay que tener tu imaginacion. Un abrazo
Gracias, Ciudadano de Luz. A la luz de la inspiración cualquier cosa es posible. A veces, buenas; otras no tanto... Lo importante es hacer el esfuerzo y transitar, confiadamente, por los luminosos caminos de la imaginación que, la más de las veces, se desboca. Otra vez mi agrado por tu visita y tu aliento. Un fuerte abrazo. Te espero de nuevo por mi casa.
Si, claro, como bien dice Rosa, se pueden tejer mil historias. Pero si no entendí mal, ella se fué para Argentina, el tenia otra vida con su nuevo amor, seguramente ella podria iniciar una nueva vida ¿Sola? ¿ Con otro amor?
Si yo fuera ella, sola.
Salud, Genín
Bueno, aparentemente, según lo que YO imaginé, no le quedó más remedio que irse sola... Pero quién sabe si... alguien la esperaba en Buenos Aires...
Lo mejor de todo es que YO me quedé con la pintura... Jajaja
Y... ¿No puede pasar que ella ande por ahí, leyendo blogs y se tope con el cuadrito de marras? ¡Entonces nos puede contar la verdadera historia... Sería casi como el cuento del pescador y su medallita de la Guadalupana.
¡Bravo! ¡Imaginaciones al ataque!!!
jajajajajajajajajajajajajajajajajaj
Tia, con este cuento me has provocada ir por las salas de mi casa sacando los cuadritos que tenemos, parecidos a esa, a ver que cuento se me sale...me gusta muchisimo como relates el cuento y al final se descubre que es una narracion tejida por las palabras que permanecen, y el imagen del retrato!
Me gusto mucho, muchisimas gracias!
<3 Dani
Anónimo: En cualquier parte hay una historia que contar (o inventar). Pero, no todos los "cuadritos" tienen atrás frases que encierran una. Te deseo éxito para encontrar novelas en las pinturas de tu casa y te agradezco la visita y las palabras. Un abrazo.
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