Caracas fue, hace tiempo, una ciudad amable. Y amable y generosa su gente. El clima, de un frescor delicioso y permanente... Atesoró otras muchas virtudes, de extensa enumeración. El transcurrir de los días, que todo lo transforma, fue restando amabilidad al ambiente y munificencia a las personas. Progresivamente, fue perdiendo su perfil de ciudad-rural que la hacía tan atractiva. La tala indiscrisminada de árboles centenarios en aras de una urbanización sin planificación ni orden, la fue transmutando de ciudad-jardín en un conjunto desordenado de edificaciones y, sus muy famosos techos rojos, inmortalizados en crónicas y versos fueron dando paso a edificios cada vez más altos, buscando emular los rascacielos de metrópolis progresistas. Las extensas haciendas aledañas se convirtieron en suburbios, ricos, medios o pobres... La pobrecía era, por entonces, de acentuada honradez e hidalguía. Prodigaba generosidad compartiendo techo y alimento con quienes los necesitaran, a pesar de sus propias carencias. Siempre había un plato extra en esas humildes mesas, para compartir con un comensal inesperado. Así era también el proceder de quienes eran más favorecidos e, incluso, las familias de alcurnia, en gran número, ostentaban con orgullo la sencillez del trato hacia los de menor rango social. Caracas entró en la modernidad de un modo doloroso, por cuanto destruyó sus atributos cordiales para sustituirlos por la frialdad del hormigón. Ese cambio de fisonomía trajo aparejada la transformación de sus ciudadanos. Así, se fue perdiendo aquel efecto de familia grande, solidaria y amiga, compartido con localidades provincianas, y las personas se tornaron cada vez más indiferentes o díscolas ante el vecino o el compañero de trabajo... Las costumbres, algunas centenarias, se apartaron discretas para dar paso a nuevos patrones de comportamiento.
Una de esas costumbres, ya perdida o totalmente desvirtuada fueron las conocidas y concurridas Misas de Aguinaldo. Se ofrecían (o se ofrecen) durante una semana, del 16 al 24 de diciembre, cuando el ciclo se cierra con la Misa de Gallo. Por lo general, las misas comenzaban en la madrugada, a las cinco horas. Pero lo jóvenes salían de sus casas mucho antes, en patines o bicicletas, otros en automóviles o a pie. Se paseaban por parques y amplias avenidas, generalmente en grupos de amigos y eran buenas esas ocasiones, también, para hacer nuevas amistades.
No se ingería licor, pero la picardía juvenil se manifestaba en algunos "inocentes" actos de pillería, a las puertas de residencias de gente acomodada que habitaban en urbanizaciones tranquilas. La sanidad social de aquel entonces permitía que los repartidores de leche, pan y periódicos del día, dejaran, sin ningún temor, sus mercancías a las puertas de esas viviendas o en la entrada de los jardines de abundantes follajes y coloridas flores. Los patinadores, los ciclistas y los peatones, se acercaban con sigilo a esas casas para hurtar, tratando de ahogar las risas, la leche y el pan y se agenciaban así un desayuno sabroso y muy barato. A veces, como no se trataba de verdaderos delincuentes, dejaban en las puertas de esas viviendas unas monedas o una esquelita con una excusa escrita apresuradamente. Muchos dueños de casa se tomaban el asunto con humor y entonces encargaban al panadero y al lechero doble o triple ración y los hubo quienes, en ocasiones, esperaban a los rateritos detrás de la puerta para invitarlos a pasar y obsequiarlos con un desayuno opíparo.
Para quienes no aliviaban el ayuno por medio del hurto existían las ventas en las esquinas de las muy solicitadas arepitas dulces fritas o manducas. Estaban endulzadas con papelón o panela y enriquecidas con semillitas de anís dulce. A veces, se añadía a la masa un puré de plátanos maduros que le impartían a la arepita un dulzor natural.
En poblados provincianos donde no eran frecuentes los patines ni las bicicletas los paseos se efectuaban a pie y, entonces, las manducas no eran vendidas en las esquinas sino servidas gratuita y generosamente por las familias a las puertas de sus casas, por donde pasaban los transeúntes camino a la iglesia. Esa costumbre iba dirigida, antes que a los paseantes, como un agasajo a los conjuntos musicales que recorrían las calles cantando aguinaldos (villancicos). Las manducas o arepitas dulces se acompañaban con queso blanco rallado por encima y con una humeante taza de chocolate o de café, ambos profusamente "especiados". En Caracas esta costumbre familiar no era muy extendida y se circunscribía solamente a los límites de algunas de las viejas parroquias donde aún se respiraba un aire más pueblerino.
No sé si todavía se venden, en algún tarantín callejero las sabrosas manducas. Posiblemente esas ventas hayan desaparecido como la mayoría de los ventorrillos donde se expendía la muy criolla parrilla con yuca sustituidos hoy por los carritos de Perros Calientes o Hamburguesas.
La modernidad siempre tiene un nuevo rostro que no vamos a calificar. Todo lo humano encierra aspectos positivos y negativos y todo cambia para bien y también para mal. Por fortuna, algunas cosas amables permanecen en la memoria de las personas que las defienden del olvido. Por tal razaón, voy a compartir más abajo (como insinué alguna vez en los comentarios) con mis
amig@s de la bolgsfera y, sobre todo, con quienes desde lejos sienten la nostalgia de ellas, la receta de las
manducas o arepitas dulces fritas. Y, como ñapa, compartiré mi receta [apropiada no inventada] del delicioso café "especiado". De paso, también, el chocolate idem. Espero serles útil...Nota: Por favor, no abusar de las frituras...
MANDUCAS O AREPITAS DULCES CON ANÍS
Ingredientes y utensilios:
Harina de maíz precocido
Harina de trigo (todo uso)
Papelón, panela o, en su defecto, azúcar morena (y si no hay, pues azúcar simplemente)
Semillitas de anís dulce (abundantes)
Sal (al gusto)
Queso blanco duro rallado
Una bolsita plástica tamaño sánduche
Una taza o molde para cortar la masa
Un plato llano de reverso plano (o un "aplastador" de masa)
Un caldero
Aceite suficiente para freír.
Preparación:
No di cantidades exactas porque este procedimiento se va perfeccionando con el tiempo y la experiencia dará idea de las medidas. En todo caso, quien vaya a emplear un paquete completo de harina de maíz precocida, debe añadir una taza de harina de trigo. Al usar menores cantidades se añade la harina de trigo "al ojo".
Se añade el papelón rallado o en trozos (o la panela o el azúcar) al agua caliente (en cantidad suficiente) y se cocina hasta derretir o disolver completamente. Se aconseja bastante papelón porque éste no endulza mucho; siempre se hará con el dulzor al gusto del chef. Se le añaden, durante la cocción, las semillitas de anís dulce (abundantes) y se deja reposar hasta que la preparación esté a temperatura ambiente (si se añade la harina con el agua caliente se cocina y no se puede amasar bien). Se le agrega un poquito de sal al gusto. Se puede dejar de la noche para la mañana y así el agua absorberá mejor el sabor del anís. Una vez fría el agua, se va añadiendo la harina de maíz y la harina de trigo, alternando, amasando con las manos (no con aparato) hasta obtener una masa homogénea, sin grumos pero más dura. Si no se emplea la harina de trigo, las arepitas no "suben".
Se forman pelotitas con la masa y cada una se extiende sobre una tabla con el rodillo o una botella. Mejor procedimiento sin embargo, es colocar la bolita de masa sobre una bolsita plástica abierta por los laterales, para poder cubrirla también por la parte de arriba y, una vez cubierta, con el fondo de un plato llano se aplasta la bolita, haciendo presión sobre ella hasta obtener un círculo de masa de menos de medio centímetro de espesor. El círculo se perfecciona cortando la masa con el borde de una taza de café-con-leche, se retiran los sobrantes que se vuelven a usar. Estos círculos de masa se van colocando en una bandeja, separados para que no se peguen, y se dejan ahí hasta el momento de freírlos.
Se caliente bien el aceite y se van friendo las arepitas, mejor una a una o de dos en dos, no más. Al freír, se van empujando las arepitas hacia la pared del caldero, golpeando suavemente con una espátula; a medida que se va golpeando la arepita comienza a "abombarse", se le da vuelta y se golpea de nuevo para que abombe por el otro lado. Estarán listas cuando la arepita adquiera un hermoso color dorado, levemente oscuro. Se escurren en una bandeja sobre papel absorbente y se rocía cada una con abundante queso rallado. Listas para servir de degustar... ¡BUEN APETITO!
NOTA: Tanto el uso de la harina de trigo como el golpear de la arepita contra la pared del caldero, son "truquitos" para que el manjar quede perfecto... Pero ¡Por favor! No abusar de las frituras...
CAFÉ CON ESPECIES
Ingredientes:
Café en polvo
Una raja de canela (o más)
Tres o cuatro clavitos de olor (depende de la cantidad por colar)
Tres o cuatro bolitas de pimienta guayabita (dulce) machacadas
Procedimiento:
Las especies se agregan al agua donde se colará el café. Si se tienen en polvo, entonces se añaden al café molido. Prefiero añadirlas al agua. Cuando se usan especies enteras, se guardan para dos o tres coladas (en la primera cocción el sabor no es tan intenso). Se usan hasta que dejen de dar sabor.
Estas especies se pueden sustituir por semillas de cardamomo machacadas, con el mismo procedimiento, obtenemos así un delicioso café estilo árabe. Por supuesto, la cantidad de café dependerá del gusto del consumidor. La receta vale tanto para el café muy fuerte como para el clarito ("guarapo" o "guayoyo").
C H O C O L A T E
Ingredientes:
Cacao en polvo (o chocolate en pastillas para taza)
Leche (tantas tazas como personas y otras más para repetir)
Una raja o más de canela
Clavitos de olor (al gusto)
Pimienta guayabita (dulce, al gusto)
Fécula de maíz (una cucharadita o una cucharada, según necesidad)
Una tacita de agua o de leche a temperatura ambiente
Azúcar al gusto
Procedimiento:
Calentar la leche junto con las especies hasta que comience a hervir, se baja el fuego y se agrega el cacao o el chocolate; se continúa cocinando revolviendo constantemente con cuchara de madera (o con el molinillo de madera especial para el caso). En la tacita de leche o agua fría se disuelve la fécula de maíz (maicena) y se añade a la leche de la cocción, revolviendo para unir y para que no se formen grumos. Cuando el líquido adquiere la consistencia deseada, se retira del fuego y se sirve. El azúcar se lo pondrá cada quien a su gusto. Según una receta rumana, se le añade una yema de huevo y se bate mucho para que la yema no se "haga tortilla". Esto le proporciona un rico sabor a ponche. Se puede enriquecer este chocolate con un poco de licor, al gusto.
Amig@s , espero haber cumplido con ustedes. Igualmente que preparen estas recetas y luego me trasmitan sus impresiones. Creo que al degustarlas puedan sentirse compartiendo entre todos nosotros como si estuviéramos juntos...