sábado, 23 de junio de 2007

HISTORIA DE AMOR DE KIDSY




El 27 de abril de 1984, antes de escribir esta fecha, Kidsy firmaba la dedicatoria de su pequeña pintura, en el reverso del lienzo. Había escrito una especie de poema de amor para el ausente a quien esperaba, ansiosa, en su grata casita de estilo alemán, enclavada en una pequeña colina de la Colonia Tovar, en el Estado Aragua de Venezuela. Desde el jardín, lleno de hortensias y gladiolos de variados colores que convivían con las plantas de un cuidado huerto, divisaba el alegre paisaje del poblado, con sus casas blancas, cruzadas por fuertes vigas de madera pintadas, en su mayoría, de negro... Los techos de tejas rojas, oscurecidas por el moho y el tiempo. En la parte trasera del hogar, la colina ascendía suavemente, entre los variados tonos de verde de la hierba y el follaje de los durazneros. Por los 360 grados de su entorno apreciaba un similar y alegre paisaje. Dispersas, como en una diminuta ciudad de juguete, las casitas alegraban el lugar con tendederos donde colgaban las piezas de ropa, multicolores, intentando secarse a la luz de los tenues rayos de un sol amarillento y pálido, escatimado por la bruma casi perenne.



Ese bucólico paisaje había capturado Kidsy, en un trozo de lienzo de apenas 30 x 40 centímetros, para obsequiarlo al viajero como constancia de que, a pesar del tiempo y las vicisitudes, su amor permanecía indemne, tal vez hasta acrecentado, por parte de ella.



Kidsy era una mujer madura, de abundoso cabello entrecano, que todavía conservaba vestigios de galanura y belleza. Aún era terso su cutis, brillante su mirada azul y su figura, a pesar de haber ganado algún peso, permanecía esbelta y graciosa.
Kidsy había nacido en Buenos Aires y en esa ciudad transcurrieron su infancia y juventud. Allí conoció y se enamoró de quien fue su marido: alto, delgado, de pelo y ojos oscuros: -Tus ojos son tenebrosos, como las noches aquí en Tovar- solía bromear Kidsy con su esposo cuando, en las noches brumosas y solitarias, compartía con él el silencio y una humeante taza de chocolate espeso y aromático.



Buenos Aires dejó su impronta en la joven que, pocos años después de su matrimonio, hubo de emigrar junto a su marido, en busca de nuevos y más prometedores horizontes. Así, llegaron y se instalaron en la Venezuela saudita. Aquella de la bonanza económica y el despilfarro. El matrimonio argentino luchó duramente y, poco a poco, se fueron aclimatando al nuevo país que, generoso, los había acogido. Para Kidsy, que amaba profundamente a su marido, cualquier lugar era bueno si lo tenía a su lado. Por eso lo acompañó sin quejarse cuando aquél decidió mudarse a la Colonia Tovar, donde montó un lindo negocio de antigüedades. Kidsy no estaba hecha para la vida bucólica y añoraba el bullicio y el cosmopolitismo de su "Buenos Aires querido". No obstante, mansamente, cedió y fue acostumbrándose a esa soledad del poblado, sólo por la recompensa de tener a su esposo con ella y para ella. La juventud fue quedando atrás. Cada vez más atrás. Uno que otro viaje hicieron juntos a la patria jamás olvidada. Para regresar siempre a la soledad coloniera. Ahora, en 1984, él había viajado solo y Kidsy lo esperaba llenando sus minutos con sus plantas, su afición por la pintura y la atención de la tienda.
Una urgencia familiar en la Argentina obligó a Kidsy a viajar a su país y permanecer en él, acompañando a su madre en una penosa enfermedad que la mantuvo en cama siete meses, durante los cuales ella no se separó del lecho de la enferma, hasta que, finalmente, ésta falleció.

En la casita alegre de la Colonia había quedado, colgado en el recibidor, el cuadro amorosamente pintado y dedicado para el marido. Pero siete meses fueron mucho tiempo para el hombre y, sin proponérselo ni darse mucha cuenta, buscó refugio y compañía en otros brazos, más jóvenes, más vigorosos y más tersos. Rejuvenecido el espíritu por el nuevo amor y engañado el cuerpo por olvidados vigores, el argentino fue pensando cada vez menos en la esposa lejana. Ella, inocente, regresó. Después de los funerales de su madre Kidsy volvía, alegre por la promesa del reencuentro, a la pintoresca y solitaria vida de la Colonia Tovar. Pero la alegría se truncó frente a una realidad no esperada: su lugar en la casa estaba ocupado. Y ella, orgullosa, no preguntó, no imploró, no lloró. Regresó desolada a su país llevando en la memoria el verde brumoso del lugar donde había vivido y compartido sinsabores y dichas con el hombre que amaba. Cuando éste quiso rectificar, Kidsy había tomado el camino de retorno para no regresar.



La nueva compañera descolgó de la pared la obrita. Y el hombre, dio unos brochazos con pintura verde al reverso del lienzo, intentando borrar la dedicatoria que, acusadora, daba cuenta del amor de la esposa. El cuadrito fue a tener a la tienda de antigüedades y colgado, entre otros objetos a la puerta de aquélla.



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No sé en cuál fecha, después del año 1984, estaba yo disfrutanto de un paseo por la Colonia Tovar. Por su calle principal, antes de llegar a la estación de gasolina. Me detenía a observar los objetos que las tienditas ofrecían al turista. No tenía interés en comprar pero, de pronto, llamó mi atención un pequeño óleo que representaba, con alegres colores, un paisaje del lugar. Era llamativo por los vivos tonos de verde, el rojo de los techos y el blanco de las casas. Pero lo que más despertó mi curiosidad fue el cielo. Un cielo negro. Agorero. No obstante, en el conjunto, proporcionaba alegría a la pintura. El contraste entre un vivaz paisaje bajo un cielo tan oscuro me cautivó y decidí adquirir la pintura. Un hombre maduro, bastante apuesto, estaba a la puerta de la tienda. Pregunté el precio y él, con acento argentino respondió: -No está a la venta, che. Él observó mi desencanto cuando reanudé mi camino y, entonces, gritó: -¡Señora! Si le gusta tanto se lo puedo vender. Son 300 bolívares. No era mucho, en realidad y lo compré. Muy satisfecha con mi adquisición continué mi paseo y luego, regresé a casa. Desaté el pequeño paquete y quedó al descubierto el reverso del cuadro, con su leyenda oculta por unas pinceladasa burdas y apresuradas, de pintura verde. Pero algo quedó al descubierto: la firma de Kidsy (o Kiosy, no estoy segura), la fecha, la palabra Venezuela en la esquina izquierda y retazos de la dedicatoria. ¿Por qué el inconsecuente marido no quiso borrar todo? ¿Por qué dejar señales a la curiosidad de terceros? He aquí lo que pude rescatar y entender:

... te prometo que
muy especial
que has llega
alumbras nues
eran tan
habemos
dad a alde
Te quiero y te
extraño mucho.
Besos mil

Kidsy



Abril 27/1984

Venezuela


Esta es la historia de amor de Kidsy (o Kiosy). La que yo forjé. Pudo haber sido cualquier otra. La imaginación puede tejer varias novelas sobre un amor fenecido. Un amor que no tuvo futuro. Como la mayoría de los amores. ¿Abandonó Kidsy a su esposo, por otro hombre? ¿Se quedó en su ciudada natal? ¡Quién lo sabe! Ella dibujó en los batientes de la entrada al jardín de la casita situada más al frente, un corazón en cada uno. Y una mujer de pelo blanco regando las plantas, bajo un agorero cielo negro... ¿Cuál fue, en realidad, su historia?









viernes, 22 de junio de 2007

C O R O M O T O




No sé cómo clasificar este post. Me sentí "obligada" a hacerlo como un apoyo unilateral y solitario a la lucha de tantos ciudadanos de este país que, en la práctica, los organismos y autoridades encargados de velar por su bienestar los consideran ciudadanos de segunda, por cuanto no son atendidos sus reclamos de manera oportuna y eficaz. Explico: Ayer, cuando circulaba a bordo de mi auto escuchando el programa matutino de Marta COLOMINA, ésta entrevistó a la ciudadana Coromoto PÉREZ, dirigente comunitaria (comunal o vecinal, como se le quiera llamar) del sector popular Fila de Mariches. Con una clara y contundente expresión Coromoto exponía sus quejas, dirigidas específicamente al Presidente de la República, en torno a la situación de desamparo en la cual permanecen aproximadamente 700 familias damnificadas del mencionado sector. Dijo Coromoto en esa oportunidad: -Señor Presidente, esas familias damnificadas no pertenecen a la oposición, no son escuálidas, son todos chavistas, personas que votaron por usted porque creyeron en usted, nosotros no somos agentes a sueldo de la CIA, ni del Presidente BUSCH, ni de Condoleza RICE. Esas familias damnificadas salieron en su defensa en abril del 2002 porque confiaban en usted. Usted da dinero para solucionar problemas en otros países: a Brasil, a Bolivia, a Argentina pero, según dicen usted no se entera, no está informado de lo que le pasa al pueblo en Venezuela ¿Cómo puede ser que usted se entere de lo que hace BUSCH, o Condoleza RICE, o lo que hacen los estudiantes y personas de oposición y no se entera de lo que padece su pueblo?
Palabras más, palabras menos, esas fueron las empleadas por Coromoto PÉREZ para exponer sus quejas. Añadió que ningún organismo hacía caso de sus lamentos y que los estudiantes partidarios del Presidente CHÁVEZ, nunca se habían acercado hasta ellos para prestarles apoyo. En cambio, los universitarios que habían comenzado a protestar por medio de marchas pacíficas, estuvieron en nuestro barrio ofreciendo su apoyo, en la medida de sus posibilidades, para lograr la solución de tales problemas. Coromoto clamó por eso: apoyo, solidaridad. Y manifestó que agradecía a los estudiantes "de oposición" su acercamiento, que ella sabe muy bien no influirá en las autoridades, pero que significa mucho para esas familias damnificadas sentir que, al menos un grupo de compatriotas, se ha sensibilizado con sus reclamos.
Oír a esta dirigente pedir adhesión a su solicitud me conmovió. Sentí que realmente muchas veces nos quedamos al margen de las dificultades de quienes más necesitan y, aunque casi siempre sea poco lo que podamos hacer por ellos, se hace necesario comenzar, en alguna medida, a cooperar a favor de resolver esa circunstancias. Sólo pude hacer dos cosas: remitir por e-mail esta información a mis contactos y redactar este post. Es posible que sea un granito de arena a favor del clamor de Coromoto PÉREZ, a quien no conozco y quien no sabrá nunca, posiblemente, que este comentario salió por la red hacia la blogosfera.

miércoles, 20 de junio de 2007

E M B E L E S O





Densa, lenta, la memoria

destila hasta el aquí,

como miel en un árbol...


Palabras, sombras, rostros,

se revuelcan gozosos

en el lodo argentino

donde otrora y presente

se confunden...


Anhelando aprehenderlos

les alargo mis brazos,

que se llenan de nada...

Permanecen cansados,

ahítos de vacío...


La rosa purpurina me retorna

hasta el goce de pequeños placeres:

Los de todos los días.
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lunes, 18 de junio de 2007

A MODO DE EXCUSA

El post que sigue a esta nota, resultó un desastre desde el punto de vista visual. Las imágenes quedaron "chuecas", en el lugar que a ellas les dio la gana. No sé si se trata de mi impericia en el manejo de estas tecnologías de punta, como suelen denominarlas, si es un problema del blogger o, si corresponde a un mal funcionamiento de mi compu. O a las tres cosas juntas. El caso es que las letras del texto quedaron pálidas y pequeñitas, dificultando la lectura. El comienzo, no resultó como se veía en esta ventana y la palabra inicial, se ubicó por un lado, arriba, solitaria y lejana ["Eran", es esa palabra], la imagen por otro y el resto del texto por un tercer lugar. Como no tengo tiempo (ni paciencia) para corregir, les agradezco dicha paciencia a ustedes y buena voluntad ¡Porque estoy al borde! Gracias y sigan "bajando" para que se topen con el post de marras. ... Bueno... ya es más tarde: Intenté mejorar el post, pero no logré sino aumentar el tamaño de las letras y cambiar el color. En eso, mejoró. Pero la bendita palabra "Eran", volvió a quedar alejada, sola y tal vez triste, no lo sé. Como se trata de una curiosidad "editorial", por favor, no se lo pierdan.

RECORDANDO SIN IRA



Eran aproximadamente las tres y algo más de la tarde. Tarde luminosa. Fresca. Que, por esos caprichos de la naturaleza, se adornaba ese día con cientos de mariposas de diversos colores y tamaños. Recuerdo, especialmente una, muy grande, con una especie de trompa, delgadísima, casi como un hilo, curvada hacia abajo. Su cuerpo, era robusto, listado de negro y rosa oscuro, como si estuviese forrado con una seda muy suave, levemente aterciopelada. Con su trompa delgada y curva libaba en las variadas flores que abrumaban el día con sus vivos colores. Aleteaba vertiginosamente para mantenerse algún tiempo en un mismo lugar, mientras extraía, con experticia, el néctar dulce y espeso de las corolas. Parecía un colibrí. Más que una mariposa parecía un colibrí... Por momentos, descansaba de su agitado vuelo posándose, serena, al borde de una flor. Entonces sus alas, en posición de reposo, daban a su cuerpo una apariencia triangular. Las alas eran casi translúcidas, del color de la arena y en el centro de cada una de ellas un óvalo negro, circundado por un aro del mismo tono. Parecían dos inmensos ojos, fijos y escrutadores, los cuales, en una tarde menos soleada y brillante habrían podido causar sensaciones de temor o recelo.

El Azahar de la India florecía con obsenidad y la brisa acariciaba suavemente las flores en ramilletes, esparciendo su delicado aroma por toda el área del jardín. El magnolio ofrecía a la vista y al olfato tres espléndidas flores, como de gamuza blanquísima, acosadas por decenas de abejitas negras, de esas que sienten inclinación a posarse en los cabellos y quedarse allí, pegadas.

Aunque estaba en la sombra, cómodamente reclinada en el tronco del cerecito, el resplandor me obligaba a entrecerrar los ojos captando el entorno de manera algo distorcionada. Sentí que una somnolencia se iba apoderando de mi cuerpo y de mi mente y tuve la sensación de que aquél se iba haciendo lene, feble, tan ingrávido que creí flotar... El sentimiento de ingravidez permaneció varios segundos, tal vez un minuto y fue desapareciendo sin brusquedades, lentamente... pero no me abandonó del todo. Me quedé quieta, como en una duermevela y mi mente, sosegada, se internó suavemente por las ignotas veredas del tiempo: Hacia un tiempo hace tiempo olvidado... llenándose de imágenes que una vez existieron.


Viajando a la inversa, rememoré situaciones y personas abandonadas hace mucho por la memoria, esa pícara dama, amiga de gastar bromas y producir sorpresas cuando menos uno se lo espera. En esos momentos memoriosos, era impepinable la presencia de mi abuela. Con aquellos enormes ojazos azules, casi marinos, que fueron empalideciendo con el tiempo hasta hacerse, ya al final de sus días, de un celeste muy suave. Y, por supuesto, a su lado no podía estar nadie más que yo. Ella, intentando atar al rebelde cabello, lacio e intensamente negro, un inmenso lazo de tafetán muaré, a cuadros escoceses, en cuyas líneas cruzadas se mezclaban viva y armoniosamente el verde, el rojo, el amarillo y el azul intenso. El lazo, cuyo tamaño no guardaba proporción alguna con mi cabeza, se mantenía en ella, firme, cual enorme mariposa de alas refulgentes, solamente unos minutos. Aquellos durante los cuales yo permanecía quieta, disfrutando de los mimos de mi abuela. Mas, al iniciar la retirada hacia mi mundo infantil, hasta mis juegos o mis lugares favoritos, el lazo se deslizaba, silencioso, por el mechón de pelo que le servía de soporte, hasta tocar el suelo, o tal vez caer en un charco y ser pisoteado por mis pequeños pies.



No sé si me quedé dormida... Es posible que por breves momentos. Los recuerdos continuaron emergiendo sin orden ni concierto, desparramados por la mente como hojas que el viento lanza en remolinos de un lado a otro y, de pronto, se quedan atascadas en algún muro o en cualquier obstáculo en su trayecto. Así, algunos episodios afloran permitiendo a la conciencia aprehenderlos por unos cuantos minutos. Recordé, entonces, cuando aquel muchacho, casi adolescente, irrumpió con violencia en mi fiesta de cumpleaños (creo que el sexto) y arrancó de un tirón la piñata, ya vacía, que todavía pendía del techo del portal [corredor]; y, asiéndola con las dos manos la colocó sobre su cabeza a modo de sombrero y salió hacia la calle tan rápidamente como había entrado, pero gritaba: -¡Esta piñata es mía!!!! Ya mi boca se había abierto hasta un extremo inimaginable y por ella salían los alaridos, que no de otra manera se podía calificar al llanto incontenible que, mi madre, sorprendida por la inesperada actitud del jovencito y angustiada por mi propia angustia, trataba de calmar. Me causó gracia recordar a mi madre que iba de un lado a otro, como una gallina atolondrada, sin saber qué era mejor: si perseguir al ladronzuelo o quedarse a mi lado consolándome. Reí de buena gana al revivir el incidente. Y más gracia aún me produjo rememorar el rencor anidado en mi infantil corazón, que me hacía elucubrar escenas donde yo, cual dama vengadora, iba en pos del osado ladrón de mi piñata para infligirle un merecido castigo. Ciertamente, evoqué la escena, una de las que con más frecuencia revivo, pero no puedo traer a la memoria el nombre ni los rasgos del abusador. Por fortuna su acción, imperdonable para aquel entonces, lejos de producirme congoja me resulta divertida a la luz de estos días.

Don Juan MATUS, el brujo protagonists de la obra de Carlos CASTANEDA, aconsejaba siempre a éste, con reiterada intención, que para llegar a ser un hombre de conocimiento había que, en forma definitiva, borrar la historia personal. Es decir, para nuestra salud espiritual, entiendo yo, es conveniente alejar de nuestra mente los recuerdos añosos o, al menos, no detenerse demasiado en ellos, toda vez que tal costumbre nos ancla en el pasado y, como si arrastráramos un pesado fardo, no nos deja avanzar con fluidez en el camino que va en busca de la inalcanzable, aunque siempre perseguida, perfección.


Tal vez por eso, he querido trasladar hoy a este lugar esas dos anécdotas de mi niñez, ya tan lejana. Traducirlas a palabras me permite dejarlas aquí, como quien olvida una maleta a la orilla de una andén, al abordar apresuradamente un coche que nos alejará del lugar: Desprendimiento de lo sido para centrarnos en lo que es y no intentar siquiera vislumbrar lo que será, por aquella terrible sentencia creada y difundida por un muy estimado amigo blogósfero: las personas de cierta edad no tenemos futuro.



Como la mente es en muchas oportunidades, indomable, intentaré ir despojándome de esas reminiscencias, buenas, regulares y casi malas, a medida que vayan aflorando. Si me es posible y resulta conveniente para este mundo virtual, las abandonaré en él... tal vez esas remembranzas cobren vida independiente e inicien caminos tan ignotos e indescifrables como el tiempo mismo, lejos de quien, una vez, les dio vida.


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viernes, 8 de junio de 2007

ÁRBOL DE LUCES

Hace muchísimo tiempo deseaba escribir algo sobre el árbol de luces. Hasta el momento, no he logrado dar con el nombre científico pero, su apelativo popular es el de aguacatillo, por el parecido de su fronda con la del aguacatero. Mide, aproximadamente, unos diez metros de altura. Su follaje es irregular y más bien estrecho. Es decir, no es uno de esos árboles espléndidos de copa circular y expandida que suelen verse a los lados de las rutas que atraviesan nuestros valles. No obstante, es un hermoso árbol.

Nos ha acompañado desde hace treinta y dos años y, si mal no recuerdo, ha crecido poco en ese tiempo, por lo que sospecho que su edad debe estar cercana al medio siglo. Su tronco, de alrededor de 140 centímetros de circunferencia, es recto, enhiesto como un asta y da a nuestro jardín un cierto carácter de dignidad y señorío. Sus flores blanquecinas son poco atractivas y, como su follaje, recuerdan las del aguacatero. No produce frutos o, si lo da, son tan pequeños que no se notan. En épocas de vientos fuertes sus ramas quedan desnudas para luego engalanarse con nuevas hojas verde-obscuro brillantes.
Es refugio y andén de diversas aves: Temprano en la mañana y cerca del atardecer, lo visitan tres espectaculares parejas de loros reales de color verde esmeralda ¡enormes! alegres y escandalosos. Durante todo el día, sirve de soporte a las auras (zamuros, zopilotes), que descansan en él después de su elegante planear bajo el azul, y lo canarios criollos, chirulíes y paraulatas llaneras lo arrullan con sus armoniosos trinos, junto a los azulejos, pájaros-carpinteros, cristosfué, paraulatas ajiceras (de ojos de candil) y otros muchos pajaritos de cantos menos melodiosos.
No está sólo en el jardín. Muy cerquita crecen a la derecha, una magnolia (magnolia grandiflora), un aguacatero (Persea Americana), un cocotero amarillo (a punto de fenecer) y, a su izquierda, un Azahar de la India (Muralla paniculada), un naranjo (Citrus sinensis) y, aún más allá un hermoso árbol de pomagás (Eugenia malaccensis), llamada "pomalaca" en el Oriente del país. Delante de éste, el seco esqueleto de lo que fue un frondoso árbol de Poma Rosa (Eugenia jambos) fallecido por la acción de la tiña o matapalo.
¿Qué tiene de especial este nuestro aguacatillo para ser merecedor de un comentario aparte entre los demás árboles? Solamente que destaca por su altura y porque en la época cálida, que he bautizado como de cosecha de cocuyos, estos pequeños bichitos de luz se posan por millares en sus ramas y, en la obscuridad de la noche, cubriendo su follaje, comienzan una especie de sinfonía silenciosa, por la rítmica intermitencia de sus lucecillas verdes, ofreciendo un espléndido espectáculo a la mirada. No quiero decir que el resto de las copas no se adornen con estos foquitos vivientes sino que, por algún motivo desconocido, las ramas del aguacatillo los atraen en mayor número y lo convierten en un formidable Árbol de Navidad extemporáneo, cuya visión es invaluable. ¡Y qué decir si el espectáculo coincide con una noche de plenilunio!

...ES EL LLAMADO DE LA NATURALEZA PARA EL APAREAMIENTO Y LA PERPETUACIÓN DE LAS LUCIÉRNAGAS...

sábado, 2 de junio de 2007

EL SILENCIO


Callarse no es quedarse mudo, es resistirse a hablar y,
por eso, hablar todavía. J. P. SARTRE
Nótese: Escribo el silencio, que no silencio. Porque el silencio es una de las tantas maneras de decir. De allí, que existan los gritos del silencio, los mensajes del silencio y, lo que es más significativo, una retórica del silencio, expresión aparentemente paradójica. El silencio acompañado de letreros, de escritura, no es tal. O, al menos, lo es a medias. No es silencio absoluto. Aquel donde no se emite ningún sonido ni se transmite ninguna idea.
Esto último, tampoco es totalmente cierto pues, en la ausencia de sonido (de palabra sonora) puede encerrarse un mensaje, a veces más elocuente que cualquier discurso encendido e incendiario. Así, podemos hablar de la elocuencia del silencio. En el campo de las relaciones cotidianas entre seres humanos, la comunicación es indispensable para que tales relaciones se desarrollen de manera correcta. Una adecuada y oportuna comunicación entre personas, o grupo de ellas, que comparten algún interés, bien sea familiar, laboral, religioso, político o de cualquier otra índole, garantiza la interacción positiva y fructífera de todos. Esa comunicación se efectúa, mayormente, a través de la palabra dicha. Es la comunicación oral. Cuando aquélla cesa, la comunicación se interrumpe. Eso, a simple vista. Pero ¿En realidad se interrumpe? Posiblemente no. Porque al callar sigo hablando todavía. Popularmente y desde hace mucho se ha afirmado que el que calla, otorga. Es decir, cuando ante una pregunta opongo el silencio, quiero decir sí, estoy asintiendo. No obstante, en la mayoría de los casos tal conseja no es verdadera. En el silencio contestatario, en la protesta silenciosa, el no decir significa todo lo contrario: es adversar una situación o, simplemente, negar, decir no.
En efecto, a veces, la falta de palabras, la ausencia de habla, es decir, el silencio, puede ser más ofensivo o contundente que cualquier insulto producto de una situación emocional que se desborda. Y, cuando el silencio es una opción y no una imposición, puede decir mucho más que el mensaje vocalizado. El silencio puede ayudarse con el lenguaje gestual: una mirada, una mueca, una postura. En situaciones coercitivas donde el hablar puede significar un peligro para quien lo emite, el lenguaje gestual se transforma, por consenso, en un código inteligible para los interesados. Se comenta que en las cárceles y en la Cuba de hoy, donde cualquiera puede ser un delator, las personas hablan por señas. Gestos que deben ser casi imperceptibles y perfectamente disimulados para evitar que en ellos vaya implícita una delación.
Esperemos, con esa esperanza que es lo último que se pierde, que los venezolanos no nos veamos obligados a utilizar el lenguaje de la mudez, o a emplear señales de humo u otro tipo de código. Por lo vivido en los últimos tiempos (y no digo días) vamos a ese despeñadero pues, como afirma Öscar LUCIEN ...sin medios de comunicación libres no hay democracia*. Y ya son pocos los que nos van quedando...
El diario El Carabobeño, de Valencia, en un gesto creativo de valentía periodística empleó de modo muy inteligente el recurso del silencio elocuente: Sus primera y última páginas, de la edición del 1º de junio, aparecieron totalmente en blanco, simbolizando en el lenguaje escrito el correspondiente a la ausencia de voz en el oral. Fue un grito, una campanada para los lectores. Tal vez más eficaz que cualquier frase emotiva-apelativa.
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* Como tirano TVes. En: El Nacional. Caracas, 1º-06-07. Cuerpo Nación p.15.